Plaza de la revolución

Plaza de la revolución
Plaza de la revolución

miércoles, 5 de marzo de 2014

Mariana Grajales, la viejecita gloriosa que acarició a José Martí como a un hijo más (II)


Por Yulia Nela González Bazán

Santiago de Cuba, 5 mar.— Mariana Grajales vive en Kingston desde mayo de 1878 hasta noviembre de 1893, año de su fallecimiento. Sus restos reposan allí durante 30 años, hasta que Dominga Maceo junto a otros familiares y patriotas santiagueros exhuman y trasladan sus restos para el cementerio Santa Ifigenia de Santiago de Cuba donde hoy descansan.
En 1892 José Martí va a visitarla a su casa de Kingston, allí se conocen y hablan de las glorias de ayer y de las glorias que vendrían.

En varios trabajos Martí deja reflejada la alta moral de los cubanos en Jamaica. Mariana Grajales y su hijo Marcos junto a otros desentiendes, permanecieron en esta isla formando parte de la vida cotidiana de aquellos emigrados que se afanaban en ver definitivamente libre a su patria. Para ello trabajaban sin descanso.

Se dice que a José Martí, Mariana Grajales lo acarició como a un hijo, durante su visita a su modesta casa de Kingston.

Todos coinciden en afirmar que Mariana vivió junto a su hijo Marcos Maceo en una casita alquilada por este en la calle Church (Iglesia) # 34. Era de madera y zinc como todas las de la época y fue destruida en el terremoto de 1907.

Muchas fotografías ya desteñidas son pruebas de la visita de José Martí a los emigrados de Temple Hall. Un ejemplo elocuente de ello es la foto de cuerpo entero tomada por el bayamés Juan Bautista en las márgenes del Wag Water.

Al saber de su muerte escribe Martí en el periódico Patria:

"Vio Patria, hace poco, a la mujer de 85 años que su pueblo entero, de ricos y pobres, de arrogantes y de humildes, de hijos de amo y de hijos de siervo, ha seguido a la tumba en tierra extraña. Murió en Jamaica el 27 de noviembre, Mariana Maceo".

Sobre su memorable encuentro con la anciana expresó también José Martí:

"Ya está yéndosele la madre, cayéndosele está ya, la viejecita gloriosa en el diferente rincón extranjero, y todavía tiene manos de niña para acariciar a quien le habla de la patria. Ya se le van los ojos por el mundo como buscando otro, y todavía le centellean, como cuando venía el español, al oír contar un lance bueno de sus hijos".

Entonces no es extraño que al referirse a la personalidad de Antonio Maceo el apóstol hiciera referencia a cuanto había en el de su madre Mariana:

"De la madre, más que del padre, viene el hijo, y es gran desdicha deber el cuerpo a gente floja o nula, a quien no se puede deber el alma; pero Maceo fue feliz, porque vino de león y de leona".

Vio Martí su ternura y el instinto maternal que depositaba en cada cubano; su cortesía de acompañar hasta la puerta y querer dar algo a la visita para que llevara.

También se percató de que poseía un carisma muy especial que hacía que todos la admiraran. Sobre esta gran impresión que le causó dejó escrito:

"¿Qué había en esa mujer, que epopeya y misterio había en esa humilde mujer, que santidad y unción hubo en su seno de madre, que decoro y grandeza hubo en su sencilla vida, que cuando se escribe de ella es como de la raíz del alma, con suavidad de hijo, y como de entrañable afecto? Así queda en la historia, sonriendo al acabar la vida, rodeada de los varones que pelearon por su país, criando a sus nietos para que pelearan".

No hay comentarios:

Publicar un comentario