Por María Elena López Jiménez
Santiago
de Cuba, 15 ago.— Santiaguero desde lo más profundo, como un llamado
de estirpe, José Soler Puig solo escribía cuando se encontraba en su
ciudad aunque estuvo trabajando en diferentes lugares del país. Afirmaba
que escribir era una cuestión de mucha disciplina y amor y eso lo
sentía en el terruño.
Por eso, su primera novela, Bertillón
166, tuvo una protagonista fuerte y seductora, la ciudad de Santiago de
Cuba, en el momento de la clandestinidad, en la lucha sin cuartel contra
la dictadura de Fulgencio Batista Zaldívar.
En este año del
centenario de su natalicio, se reeditó la novela con que se dio a
conocer en 1960 y que ganó el premio Casa de las Américas en su primera
edición; obra cardinal de la novelística en la época revolucionaria.
Luego de este lauro se radicó en La Habana y se dedicó a crear libretos
para la radio y colaborar en el cine con el guión del cuento "Año
nuevo", que cerró la trilogía fílmica Cuba 58, y con el de la película
Preludio once. Ambas se estrenaron a principios de la década del
sesenta.
Miembro del ICAIC cuando se produjo el ataque a Playa
Girón, participó filmando escenas de diferentes batallas en el
territorio de la Ciénaga de Zapata. Entre 1961 y 1963 publicó otras
narraciones, en Bohemia y en la revista del Instituto Nacional de
Reforma Agraria (INRA).
Antes del triunfo revolucionario,
recorrió el país trabajando en diferentes sectores, desde la Isla de la
Juventud hasta Guantánamo; buscavidas y jornalero, hurgaba en los
pareceres de quienes se encontraba en el largo camino de su existencia y
cuando se dedicó a la narrativa, nada ni nadie lo interrumpió, sabía
que había llegado un poco tarde, después de los 40 y entonces no hubo
obstáculos para retratar con palabras a los ardores de la ciudad, sus
personajes y haceres…
Quienes eran asiduos a su hogar del
reparto Sueño comprendían y sabían que cada gesto o frase del escritor
representaba una enseñanza; de hecho se convirtió en guía y maestro.
La
época en que asesoraba al Cabildo Teatral Santiago fue muy fecunda: en
el 1981, su cumpleaños 65 lo festejaron en la escalinata de la calle
Habana, una auténtica barriada santiaguera y allí disfrutó al estilo
relacionero de su obra “El macho y el guanajo”… Plenamente feliz se veía
el artista compartiendo con el pueblo que amó y lo transformó en un
prosista universal. En 1988 la EGREEM editó el disco "Encuentro con
Soler Puig", con fragmentos de su vida y sus novelas en su propia voz.
Con
frecuencia, él repasaba la manera en que se disciplinó para el oficio y
sus métodos especiales: copiar textos largos y tratar de memorizar
grandes ficciones y repetir las propias, como por ejemplo “El Caserón”,
que la escribió 7 veces…. Afirmaba ser cómplice de los personajes, tanto
así que muchos de ellos pertenecían a su personalidad con las
contradicciones y preguntas de profundos aspectos en el devenir humano.
El
primer consejo que entregaba a los noveles lo afirmaba despacio, “a
escribir se aprende leyendo y escribiendo aunque no seas un hombre
culto”. Exponía su propio ejemplo de autodidacta y de ejercitar la
escritura diariamente durante horas; el resultado se evidencia en una
obra repleta del peregrinar cubano, los protagonistas emanaron de la
cotidianidad citadina, enraizándose en cada época que revivía con su
pluma.
Repasando algunas de sus novelas, nos damos cuenta de la
concepción de clases que su creador les imprimía: “Bertillón 166” es una
denuncia a la tiranía batistiana, desde la semblanza de un día de
crímenes en Santiago y la reacción clandestina de su pueblo; “El pan
dormido” refleja la vida de su familia como panaderos y su relación con
otros sectores sociales como la pequeña burguesía; “El Caserón”
representa 2 épocas narradas y la situación imperante en cada una de
ellas; “Un mundo de cosas” se nutre a partir de una familia fabricantes
de ron desde la colonia hasta 1970. Otras como “El nudo” y “Ánima sola”
se refieren también a diferentes contextos santiagueros.
En
cambio, “Una mujer”, él mismo lo declaró, que casi no había puesto nada
de su imaginación. Fue su compañera de vida, Shila, que le contó un día
todo el devenir en su existencia y el sendero tortuoso de necesidades.
Es de sabio comprender que detrás de un gran hombre, hay una tremenda
mujer. Y ese es un ejemplo incuestionable.
Bien lo reseña el
investigador Juan Manuel Reyes cuando acentuó que Soler Puig novelando,
fue uno de los mejores promotores de nuestra historia, exponiendo con
sencillez disímiles aportes impregnados del apego y amor entrañable al
paisaje oriental cubano. Alejo Carpentier enunció que constituía un
escritor nato, por encima de los diferentes modos de ver y hacer.
Una
vez Soler Puig contestó de forma magistral en una entrevista cuando le
preguntaron qué si él era el novelista de Santiago: “Yo no pretendo
mostrar a Santiago ni hacer su historia. Lo que ocurre que uno necesita
un escenario para escribir. Nací aquí, me crié aquí, aunque no soy un
conocedor profundo de la historia de la ciudad, conozco a Santiago y a
los santiagueros. En otro lugar no me sentiría bien a la hora de
escribir. El derrumbe lo comencé en la Habana, pero que va, no podía,
tuve que venir para acá”… Y luego concluyó que” Santiago es una ciudad
segura de sí misma, muy capaz de conseguir lo que ambiciona, muy dada a
la lucha. No es regionalista; por Cuba, Santiago fue a pelear hasta
Guane”.
Cuba y la narrativa reciprocaban el amor y la dedicación
al santiaguero que fue incansable en su excepcional hacer de escritor.
Durante todo este año, los cubanos conmemoran el centenario su natalicio
y en particular, Santiago de Cuba, le brinda sus más altos sentimientos
de gratitud.