Plaza de la revolución

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sábado, 17 de junio de 2017

Máximo Gómez, se hizo célebre por la disciplina implacable que imprimió a sus tropas

Por Armando Fernández Martí

Santiago de Cuba, 17 jun.— Ciento doce años atrás el 17 de junio de 1905, alrededor de las seis de la tarde, el médico de Máximo Gómez anunciaba: "El general ha fallecido".

Momento supremo aquel para la patria. Triste y doloroso instante para el pueblo cubano, cuando dejó de latir aquel corazón que durante 69 años había anhelado lo mejor para el hombre: la libertad.

Máximo Gómez Báez había nacido el 18 de noviembre de 1936 en Baní, República Dominicana y de joven, cambió sueños e ilusiones por la vida de militar donde conoció el dolor de la guerra, en el enfrentamiento de su país con el Haití vecino, un conflicto que lo decepcionó.

Fue por ello, que en 1865 Gómez llegó a Santiago de Cuba a bordo de una goleta en busca de fortuna, como otros tantos. Se asentó en El Dátil, cerca de Bayamo, y se dedicó a negocios de madera y actividades agrícolas.

En su visita a un ingenio de la zona, conoció de cerca la esclavitud y desde entonces, juró luchar por la libertad de los negros y contra la esclavitud de los blanco.

Es así, que tras el estallido revolucionario del 10 de octubre de 1868, en La Demajagua, Máximo Gómez se incorpora a las tropas de Carlos Manuel de Céspedes, a quien brinda su experiencia militar. Fue él quien enseñó a los cubanos a usar el machete como arma de guerra.

Con esta guerra le nacía a aquel joven dominicano una nueva patria y a esta, un guerrero intachable y un jefe militar necesario. Fue por eso que al reiniciarse en 1895 la nueva contienda por la independencia, Máximo Gómez Báez es nombrado General en Jefe del Ejército Libertador.

Durante las guerras del 68 y el 95 no hubo combates importantes que no estuviesen vinculados al nombre de Máximo Gómez y sobre todo, la hazaña militar que fue la invasión de Oriente a Occidente, llevada a cabo junto a Antonio Maceo.

Máximo Gómez Báez, como el mismo dijera, fue un perdonado sublime de la muerte, porque noventa veces escapó de ella en los más duros y difíciles combates de las dos guerras.

Más aquella tarde del 17 de junio de 1905, la muerte le llegó en su lecho, tal vez pensando hasta el último instante, que mejor hubiese preferido morir en la gloria de la lucha, antes que ver la patria traicionada y con una República que no fuera de todos y para el bien de todos. Por eso, la Patria que él quiso, hoy se la brindamos, junto al recuerdo de su ejemplar vida.

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