Plaza de la revolución

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jueves, 7 de julio de 2016

El Diablo Rojo, más allá de un personaje, un hombre de pueblo

Por María Elena López Jiménez

Santiago de Cuba, 7 jul.— Cuando se escribe o se habla de El Diablo Rojo, se va más allá de un personaje de la ciudad… Es aseverar que fue un hombre de su tiempo, amante del terruño; un peregrino en  patines, desde su  ciudad, Santiago de Cuba hasta La  Habana.

Emilio Benavides Puentes nació el 6 de octubre de 1901 en Santiago de Cuba. Tuvo 23 hermanos y una hermana. Su existencia estaba llena de avatares que los signaron como hombre procedente de un hogar muy pobre.

De pequeño, en medio de la penuria en que vivía su familia y que lo obligó a realizar cuanto trabajo apareciera, tuvo dos grandes aficiones que, con el tiempo, le traerían la fama: los patines y el baile, específicamente el Charleston.

Por el año 1927 se hizo asiduo visitante de la compañía teatral bufa de Bolito. Cuando bajaban el telón en el intermedio de la obra, Emilio se ponía a danzar en las graderías del teatro. Un día el dueño lo vio y le gustó tanto el desparpajo del joven que lo contrató como bailarín excéntrico y acrobático. Fue precisamente en este rol cuando, durante una actuación en Holguín, lo bautizaron con el mote que lo marcó para el resto de su vida: El Diablo Rojo. Lo de diablo era por sus movimientos, y lo de rojo, por el color de la ropa que vestía.

Muchas anécdotas casi mitos, marcaron su etapa de teatrero. Una vez en un hotel de Puerto Padre, por los años 30 del pasado siglo, el Diablo Rojo y otros amigos de la compañía, empataron varias sábanas y se descolgaron hacia la calle, con las maletas, desde un piso elevado, porque las recaudaciones no le alcanzaban para pagar habitaciones.

Tuvo momentos muy difíciles en los cuales no aparecía trabajo y pernoctó en el parque de Monte y Prado, en la Habana. En una ocasión, leyó un anuncio en un periódico sobre patines “Chicago”. Se presentó a la convocatoria y lo contrataron. Como promotor de ese negocio, nació una de sus mayores hazañas muchos han contado: un viaje en patines entre la capital y la localidad que lo vio nacer. El tramo lo recorrió en 7 días y 3 horas. En total, a lo largo de su vida, hizo cinco viajes entre Habana y Santiago de Cuba: tres para la capital y dos hacia su ciudad. Siempre en funciones propagandísticas.

Pero esta no fue su única proeza. En una oportunidad bajaba, junto a otros patinadores, la empinada loma de la vía  santiaguera San Félix, y al cruzar la calle Santa Lucía se le interpuso un automóvil. En ese breve momento, donde sólo se veían dos oportunidades: estrellarse contra el auto o contra una pared; Emilio no lo pensó dos veces, se agachó y saltó por sobre el carro. Todos los presentes rompieron en vítores y aplausos, creyendo que se trataba de algo ensayado, e incluso le pidieron que lo repitiera, pero el patinador sólo atinó a perderse del sitio.

Sin embargo, al parecer le tomó el gusto pues luego lo repitió muchas veces hasta contabilizarle más de 3000 saltos sobre autos. También lo hizo encima de 12 bicicletas en conjunto y sobre muchachos que se acostaban en el pavimento. Uno de los mayores recuerdos fue su propaganda en la tienda “El Machetazo”, llena de colorido y habilidades.

Luego del triunfo de la Revolución en 1959, el Diablo Rojo realizó varias labores: mensajero; mozo de limpieza, vendedor de refrescos, emparedados y otras mercancías en cines citadinos. Hasta que en 1969 se jubiló. Justamente en esa época comenzó a desarrollar una labor que le ganaría un lugar definitivo en el corazón de los santiagueros.

Vestido con uniforme de miliciano, el Diablo Rojo, incluso ya octogenario se dedicó a cuidar la seguridad de los niños de la escuela “Armando García”, en la popular calle Trocha, regulando el tránsito de la zona. Con las piernas en semi cuclillas y los brazos extendidos, controlaba el tránsito para que las filas de niños cruzaran la calle.

Volvía a vestir el traje de Diablo rojo en la época de carnaval, entonces paseaba elegante con un garbo único por las calles de su Santiago de Cuba hasta concluir frente al jurado de la fiesta, donde hacía gala del donaire de artista espectáculo.

En el documental sobre su historia realizado por el cineasta cubano Octavio Cortázar, en 1986 dijo: “Yo sé que es una locura el tirarme así delante de los carros pero la vida de los niños es lo principal”.

Y el cineasta narró: “Resulta una fiesta verlo ejercer su tarea, deteniendo incluso a los propios policías motorizados, quienes le dedican un saludo al pasar por su lado. Cede el paso a los automóviles con un simpático baile, que recuerda los mejores pasos del Rey del Pop; o dedica un regaño a un conductor que no frenó a tiempo ante la presencia del paso peatonal. En cuatro ocasiones había sido atropellado durante su trabajo en esa esquina santiaguera, fundamentalmente por ciclistas, pero eso no impidió que cada mañana regresara a su puesto porque, aunque sus amigos le dicen que no tiene por qué hacer eso, él prefiere no ser uno de esos mayores que se pasan todo el día sentado en un parque”.

Pero su labor con los niños no consistió solo en proteger su traslado hacia la escuela. En el interior de la “Armando García”, el Diablo Rojo, aconseja a los pequeños de pre-escolar, les canta, les conversa sobre la importancia de la escuela y (no puede faltar), les dedica un simpático baile ante las sinceras carcajadas de los infantes.

Se emociona hasta rajársele la voz cuando, una semana antes de su cumpleaños 85, los pioneros le celebran su onomástico. “Es la primera vez en mi vida que celebro un cumpleaños”, dice, y pide que lo acompañen en coro con “una poesía” que en verdad es una fusión de varios poemas que termina con los inolvidables versos de Bonifacio Byrne…”

El documental concluyó con el Diablo Rojo sobre sus patines, atado con telas alrededor de sus octogenarios pies, danzando sobre ruedas, o alzando una pierna mientras desciendía Enramadas apoyado sobre solo un patín, ante la mirada atónita de los transeúntes.

El 22 de febrero de 1995 murió el Diablo Rojo. Dejó 6 hijos, 13 nietos y 2 bisnietos. Junto a su féretro, niños del colegio ubicado en Trocha, a los cuales él dedicó sus últimos años, hicieron guardia de honor.

En el periódico Sierra Maestra de marzo de 1995 se dio a conocer la noticia. El periodista Rafael Carela le dedicó un homenaje titulado “Un adiós sin olvido al gesto del hombre”. El Diablo Rojo ha muerto. Es como si se apagara una luz en las calles de Santiago de Cuba.

Así lo describió la crónica póstuma: “Porque ya no se verá más la enternecedora locura de dejar la tranquilidad de su retiro para proteger el paso de los niños, dirigiendo el tránsito, bajo un sol en cenit, en la Trocha del Tivolí santiaguero. Porque la pobreza vestida de rojo no le disputará al viento la carrera, anunciando productos alejados del alcance de sus manos. Porque sólo quedará en la memoria aquel impulso felino en patines de un hombre que ya es leyenda”.

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