Plaza de la revolución

Plaza de la revolución
Plaza de la revolución

sábado, 10 de octubre de 2015

Una villa de páginas abiertas


El Cenáculo fue el primer y único movimiento literario que desde esta ciudad revolucionó las letras en toda la isla, afirmó el poeta e investigador Rodolfo Tamayo Castellanos. Aún así Santiago de Cuba ha inspirado las páginas de innumerables textos.

Por Dayron Chang Arranz

Santiago de Cuba, 10 oct.— “Cuba que vida me diste. Dulce tierra de luz y hermosura. Cuánto sueño de gloria y ventura llevo unido a tu suelo feliz. Y te vuelvo a mirar.” Así escribió alguna vez en su Himno del desterrado el conocido Cantor del Niágara, quien naciera el 31 de diciembre de 1803.

Su casa, ubicada en la actual calle que lleva su nombre era por aquellos años sitial de referencia para la intelectualidad y la bohemia refinada santiaguera pues devino punto de convergencia para las tertulias, descargas, y versos que iluminaban la colonizada urbe oriental.

Entre antiguas ediciones de libros, objetos que recuentan su incipiente e infantil paso por la séptima villa; entre una decoración que esboza épocas pasadas y una arquitectura perfectamente conservada la poesía herediana tiene en este sitio una excusa para devolverle a Heredia el placer de estar siempre en su tierra de luz y hermosura. Un placer compartido para quienes buscan, pasado los siglos, esa esencia que cohabita en una instalación declarada por razones evidentes Monumento Nacional.

El primer poeta romántico de América Latina, José María Heredia es uno de los exponentes más universales de la literatura en esta ciudad, pero no sería el único.

Manuel Justo de Rubalcava, por ejemplo, con su lírica dedicada a las frutas cubanas junto a Manuel María Pérez estarían también –como Heredia- entre los que evidenciaron esa pasión por la patria local. Con ellos además la adelantada Luisa Pérez de Zambrana, y el periodista Enríquez Hernández Miyares quien nos legó La más fermosa, ardoroso poema utilizado por Manuel Sanguily en su discurso contra el Tratado norteamericano de Reciprocidad Comercial.

El Cenáculo

El cenáculo representó para Santiago de Cuba la consolidación de un núcleo de escritores que profesaron una nueva estética sin olvidar valores tradicionales, explica el poeta Rodolfo Tamayo. Ellos planteaban que debía ponerse el país a tono con lo que se desarrollaba literariamente en el resto de América Latina. Es por ello que muchos retoman la bandera de Julián del Casal para lograr que Cuba saliera de ese desfasaje surgido como consecuencia de las guerras de independencia.

Figuras que transitaron por el modernismo del siglo XIX como José Martí serían los paradigmas de una revolución literaria y estética que pretendía barrer con los estereotipos implantados durante los primeros años de la República, plagado de un romanticismo trasnochado y un rezago del clasicismo.

Armando Leyva, Luis Felipe Rodríguez, el guantanamero Regino Botti, Juan Jerez Villareal, el colombiano Pascual Guerrero, el español José Manuel Ampamol de la Fuente y el dominicano Max Enriquez Hureña estarían entre los miembros de aquel poético cenáculo. Arístides Sócrates Henríquez, primo de los Henríquez Ureña quien fuera el dueño de la casa, conocida como el Palo Hueco, donde radicó este movimiento, también se sumaría a dichas reuniones. Sería esta la primera y única vez que se irradiaría un movimiento literario de carácter estético desde Santiago de Cuba hacia el resto del país.

Sin embargo este núcleo no se circunscribió a las tertulias que convergieron en la casa de la Calle Calvario altos número 18 entre Santa Lucía y Rey Pelayo; sitio que a veces ignorado sobrevive a la desmemoria gracias a una tarja.

Juntos acaparan las imprentas y redacciones de algunas revistas importantes de aquel momento como El Pencil, Renacimiento, Cubano Libre en las cuales se propagó las ideas, obras y postulados de este grupo que generó polémica dentro del ambiente del período.

Aunque la historia literaria no les pagó con la justeza que merecen fueron ellos un testimonio cultural relevante que se insertaría en el heterogéneo panorama de las letras santiagueras. Las Crónicas de Emilio Bacardí o los textos de Carlos Forment forman también parte de ese legado.

Por otro lado el autor saluisero Félix Benjamin Caignet, escribiría aquella primera radionovela conocida como El derecho de nacer con la cual crearía el famoso folletín radial, estilo que trascendió todo el continente.

A Santiago de Cuba no le faltaron otras expresiones dentro de la narrativa como la de José Soler Puig, autor de Bertillón 166. La urbe en si misma ha sido inspiración de innumerables escritores como Aida Bahr, Antón Arrufat, eresa Melo o Waldo Leyva cuando captó en sus estrofas la energía de una ciudad viva: “Si no encuentras ninguna puerta abierta puedes decir entonces que Santiago no existe.”

No hay comentarios:

Publicar un comentario