Plaza de la revolución

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miércoles, 16 de octubre de 2019

Fidel y su extraordinario alegato

Por Margarita Piedra Cesar

Santiago de Cuba, 16 oct.— Como si la justicia estuviese atada y presa, el 16 de octubre de 1953, en el reducido local de la salita de enfermeras del hospital civil de Santiago de Cuba, el principal acusado de la causa 37 por los hechos del Moncada, Doctor Fidel Castro Ruz, pronunciaba su alegato de defensa.

Aquella no fue una vista pública y la presencia de la prensa fue casi nula. En su mayor parte el auditorio estaba integrado por soldados y oficiales del ejército, de lo cual se alegró el acusado, para que estos pudieran conocer la verdadera realidad de su país y del gobierno que defendían.

En su alegato, Fidel denunció primeramente los crímenes contra los jóvenes asaltantes, los cuales en su mayoría fueron asesinados después de los combates en Santiago de Cuba y Bayamo, manchando así de sangre el uniforme y el honor de los militares.

Después, el líder del movimiento expuso en detalles la situación económica y social del país por las cuales la Juventud del Centenario (como se le llamó a aquella pléyade de jóvenes) acudió a las armas, tras agotar las vías legales para un cambio en la nación y más, cuando el poder había sido usurpado por un dictador el 10 de marzo de 1952, mediante un golpe de estado.

Fidel expuso uno a uno los diferentes puntos que constituían el Programa del Moncada, entre ellos, los problemas de la tierra y la Reforma Agraria, del desempleo y el analfabetismo, así como los de la vivienda, la salud y la educación, los que se pondrían en práctica de salir triunfante el movimiento.

Durante varias horas en aquella salita del hospital Saturnino Lora, hoy convertido en el Parque Museo Abel Santamaría, no se escuchó más que la voz de Fidel, que de acusado se convirtió en acusador ante los propios ojos y narices de los esbirros, que no pudieron callarlo.

Concluida su autodefensa, el Doctor Fidel Castro Ruz pronunció su propia sentencia: ¡La Historia me Absolverá! Pero la justicia lo sentenció a él y a sus compañeros en el asalto a 15 años de prisión, como si la verdadera justicia y los ejemplos pudieran encerrarse tras los barrotes de la cárcel.

La justicia pudo equivocarse entonces, pero La historia no. Sesenta y seis años después, aún parecen resonar en la salita de enfermeras del hospital civil Saturnino Lora, de Santiago de Cuba, las últimas palabras de Fidel: ¡La Historia me Absolverá! Tenía razón.

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