Por Armando Fernández Martí
Santiago de Cuba, 14 dic.— Hoy 14 de diciembre se cumplen 186 años del natalicio en 1832, en Puerto Príncipe, hoy Camagüey, de la ilustre patriota Ana Betancourt, precursora de la lucha por la emancipación de la mujer en Cuba.
A los 22 años Ana se casó con Ignacio Mora y el 4 de diciembre de 1868 siguió a su esposo a la manigua redentora escuchando los clamores de la independencia lanzados por Carlos Manuel de Céspedes en La Demajagua casi dos meses atrás.
El 14 de abril de 1869, en el poblado de Guáimaro, donde se celebraba la Asamblea Constituyente de la República en Armas, la voz enérgica de Ana Betancourt se alzó para reclamar el verdadero lugar que debían ocupar las mujeres.
Entonces dijo: “La mujer cubana en el rincón oscuro y tranquilo del hogar esperaba paciente y resignada esta hora hermosa en que una Revolución nueva rompa su yugo y le desate las alas (…) ¡Llegó el momento de libertar a la mujer!”
El iniciador de la gesta independentista Carlos Manuel de Céspedes presente en la asamblea y que después sería el Presidente de la República en Armas, comentó sobre lo dicho por la valiente camagüeyana: que ella se había ganado un lugar en la historia porque adelantándose a su siglo pidió en Cuba la liberación de la mujer.
Años después José Martí describiría la belleza épica de aquel momento así: “Ana Betancourt anuncia que el fuego de la libertad y el ansia del martirio no calientan con más viveza el alma del hombre que la de la mujer cubana”
Después de la Asamblea de Guáimaro Ana y su esposo Ignacio marcharon nuevamente a la manigua, pero en julio de 1871 ambos fueron hechos prisioneros, pero debido a una estratagema de la mujer su cónyuge logró escapar. Un oficial le pidió a Ana que escribiera a su esposo para que se entregara, pero ella le respondió: “Prefiero ser la viuda de un hombre de honor, que la esposa de un hombre sin dignidad y mancillado”
El 7 de febrero de 1901 Ana Betancourt falleció en Madrid, España, a la edad de 69 años. Sus restos fueron trasladados a Cuba en 1968.
Desde entonces descansan en la tierra que la vio nacer donde una Revolución nueva rompió el yugo que ataba a las mujeres y desató sus alas, haciéndola libre para siempre.
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