Plaza de la revolución

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jueves, 20 de diciembre de 2018

El legado de la doctora Adolfina Cossío en el magisterio cubano

Por Maria Elena López Jiménez

Santiago de Cuba, 20 dic.— Privilegio de haber sido su alumno o alumna, tanto en las escuelas de Niquero, como en la Universidad de Oriente. Al habla un inmenso amor por Cuba y por la pedagogía en sus más profundas vertientes. Adolfina Cosío Esturo no ha desaparecido, vive en cada humano que la conoció y disfrutó de su presencia. Y también en quien haya bebido de esa fuente inagotable de altruismo. Una remembranza valedera para todos los tiempos.

Lo primero para evocarla, era su pasión por la historia y la cultura: ¿Quién no la recuerda cuando hablaba de Benito Pérez Galdós en las clases de literatura? Se volvía gigante y nos introducía en el cosmos del escritor; ahí estaba su magia: enseñaba con múltiples lenguajes, desde sentada en una silla al lado de un estudiante, en una mesa, en la pizarra, la imaginación volaba y los ojos brillaban. Se transformaba en la niña o niño que todos fuimos un día. ¿Por qué no?, cuando palmoteaba al ritmo de los poemas de nuestro Nicolás Guillén, parecía que revoloteaba en su sangre cada verso, cuando al ritmo de sus manos decía, “No sé por qué piensas tú, soldado, que te odio yo, si somos la misma cosa yo, tú.”

Un estilo único en la alta casa de estudios, antecedido por una trayectoria muy rica desde sus inicios en la escuela rural de Gorito, localidad de Manzanillo, tras graduarse en la Escuela Normal para maestros de Santiago de Cuba en 1928; luego en el barrio de Pueblo Nuevo, Media Luna marcaron sus primeros pasos que integran un camino para el reconocimiento actual en la vanguardia intelectual cubana de la segunda mitad del siglo XX. Del barrio manzanillero, tenía sus apegos; allí conoció al padre de Celia Sánchez Manduley, quien le inculcó el amor por la lectura con una biblioteca indescriptible como ella misma afirmaba, desde Virgilio, Marco Aurelio hasta la literatura nuestra. Desde entonces tenía un libro o dos en su cabecera.

Y Allí en su “escuelita” tuvo a la heroína de la Sierra y el llano, a Celia Sánchez Manduley, quien le mostró su carácter rebelde y aleccionador.

Estudiosa incansable, en 1938 alcanza su titulación académica máxima con su Tesis en Opción al Grado de Doctora en Pedagogía que le permitió fusionar el magisterio y el quehacer investigativo para ganar un donaire: la Dra. Cossío para el mundo, Cucha para los íntimos y su nombre largo quedaría para las firmas; Adolfina Herminia de la Caridad; valiente, alegre, dinámica se le veía por los pasillos de la Facultad de Humanidades de la Universidad de Oriente; por su humildad nunca dijo de su linaje mambí: sus padres fueron Elvira Esturo Izaguire y Randolfo Cossío de Céspedes, nieto de Pedro de Céspedes y sobrino-nieto de Carlos Manuel de Céspedes, el Padre de la Patria.

Inspirada en los preceptos martianos y debido a las carencias de materiales de estudios estableció que cada estudiante debía llevar su propio asiento, no importaba si un taburete o un cajón. A esta iniciativa se le conoció como Plan Media Luna, y de esta forma, disminuyó el analfabetismo de los niños en edad escolar. En ese entonces la llamaban la maestra Cucha.

Guía de alma entera, el pueblo elevó su nivel de instrucción durante los veinticinco años en que ejerció el magisterio en Media Luna; en dos ocasiones fue seleccionada para recibir el Premio Baire, que distinguía al Mejor Maestro del Distrito Escolar.

Cuando en 1954 se trasladó para Santiago de Cuba, los habitantes de Media Luna la honraron con una hermosa despedida y de ella, dijo “Señores, allá en el fondo de mi conciencia, no estoy segura de merecer. Sin embargo, hoy lo acepto con orgullo porque quiero interpretarlo como un homenaje que honra en mí, no a la mujer, sino a la maestra”.

De la antigua capital oriental guardaba memorias, como las amistades únicas en la intelectualidad y los atardeceres en el lomerío combinado con el mar pero muy fuerte se imponía, algo implícito de esta región: su ambiente de rebeldía que la hizo enseguida insertarse en el movimiento revolucionario contra la dictadura de Fulgencio Batista.

Ya con el triunfo  de la insurrección en 1959, por su aval, la nombran directora municipal de Educación. En 1961 se incorporó a la campaña de Alfabetización. Cumplida esta misión, la Universidad de Oriente la acogió para llegar a más de 50 años en la tarea de educar; maestra rural, profesora e  investigadora, escritora y dirigente en el sector; doctora en Pedagogía por la Universidad de la Habana, Licenciada en Filosofía y Letras.

El 14 de Marzo de 1980 fue investida con la Categoría Profesora de Mérito, y se convirtió así en la primera que ostentó esa condición en la Universidad de Oriente; volvieron sus declaraciones de humildad: “En todos estos años jamás soñé que mi vida iba a recorrer caminos tan interesantes, ni que iba a ser objeto de tan inesperados honores. Pero, en este caso, aparte de la natural satisfacción que esta distinción tiene que producirme en el orden personal, veo también, con aún mayor satisfacción, que esto es a la vez un triunfo para nuestra Universidad, para nuestra amada ciudad de Santiago de Cuba, para nuestra Revolución”.

Sus obras aparecen recopiladas en publicaciones que reflejaron el acontecer artístico-literario de entonces. La Revista de la Universidad de Oriente, Cultura '64, Mambí, El Caserón y Santiago, tienen parte de la producción intelectual de la Cossío. El ejercicio de la crítica literaria estaba muy presente en su labor de investigadora; doctora Honoris Causa de la Universidad de Oriente, impartió conferencias en el extranjero en diversas oportunidades. También se destacan sus cuentos infantiles, los cuales, casi al final de su vida constituían un fuerte incentivo para esta mujer que no tuvo hijos propios pero si una multitud del alma.

Elaboró materiales de utilidad docente, incluyendo textos de Literatura General y dominó los idiomas inglés, francés, latín y griego.

Incesante la recuerdo a los 84 años en una entrevista, que conservo en los archivos: “escribo y escribo, ahora para los niños, quienes fueron siempre mi inspiración”. Ese día grabando imágenes para una crónica recorrió su casa del reparto Santa Bárbara y con una lupa, observaba la biblioteca de tantos avatares, muy extensa, volviendo a revivir pasajes de su intenso bregar como mujer bravía. Hasta en ese momento, deleitaba con sus cuentos y anécdotas a los otros miembros del Hogar de Ancianos de Versalles en esta ciudad santiaguera. En ese recinto permaneció en su última etapa. Nació en Manzanillo el 30 de enero de 1906 y desapareció físicamente  el 11 de mayo de 1992, fecha que no marcó el final de un verdadero ejemplo porque hoy es un legado para el magisterio cubano. Aquí perdura su existencia como un canto de amor.

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