Por Armando Fernández Martí
Santiago de Cuba, 30 jul.— El martes 30 de julio de 1957 pasadas las cuatro de la tarde la noticia se regó como pólvora por todo Santiago de Cuba: ¡Mataron a Frank País! Muchos no lo creyeron, sin embargo en el Callejón del Muro, en el centro de la ciudad, yacía el cuerpo exánime del joven héroe baleado sin misericordia por los más abominables esbirros de la dictadura, encabezados por Teniente Coronel José María Salas Cañizares, cuyo nombre de mujer no le hacía menos negra el alma que la del diablo.
Unos metros más allá en la calle San Germán el cadáver de Raúl Pujol anegaba con su sangre el bordillo de la acera tras ser asesinado vilmente por el propio Cañizares. La respuesta del pueblo fue inmediata. Como si hubiese sido herida en el pecho la ciudad estallaba como un volcán y cientos acudieron a la casa de San Bartolomé 226 donde se velaba e cadáver de Frank. A propuesta del Movimiento 26 de Julio, con el permiso de la madre, los restos del joven fueron trasladados a Heredia y Clarín donde residía la novia, un local mayor y más céntrico.
Entonces sumaron miles los que allí fueron a rendirle postrer tributo a Frank, al que vistieron de verde olivo sobre el pecho una boina negra, una rosa blanca y la bandera rojinegra del 26. Otro tanto sucedía en la Funeraria de a Colonia Española, en la populosa calle Trocha, donde se velaron os restos de Raúl Pujol.
Los esbirros no se atrevieron a portarse por allí, tenían miedo, el propio sanguinario Salas Cañizares temblaba, porque no se imaginó nunca que aquel muchacho asesinado por él de apenas 22 años, se convirtiera en todo un pueblo enérgico y airado, que desafiada el poder del régimen.
Al siguiente día, 31 de julio, Santiago de Cuba hizo gala de su condición de rebelde. Una huelga general espontánea paralizó la ciudad y cercana a la hora del entierro las calles Heredia, Clarín, San Agustín, Reloj y Aguilera acogieron a una multitud impresionante dispuesta a acompañar al joven revolucionario Frank País García hasta su última morada en el cementerio Santa Ifigenia a toda costa.
En la esquina de la calle Heredia y San Pedro los dos entierros, el de Frank y Raúl se unieron para unirlos de nuevo en la historia por decisión de su pueblo. En el Parque Céspedes se rompe el silencio mortuorio y varias voces lanzan gritos de condena a la tiranía, que la multitud en un coro gigante responde. Los esbirros callan, y se quedan quietos porque temen a la ira de los santiagueros.
Varias cuadras de personas, hombres, mujeres, jóvenes, niños y ancianos se mueven hacia el cementerio santiaguero sin importarle la distancia. Pasadas las cinco de la tarde los cortejos fúnebres llegan al camposanto, pero no se efectúa el enterramiento que se pospone para el primero de agosto, en ceremonia íntima y familiar. No importa, Frank País García no cabe en su tumba y por eso se queda para siempre en el corazón de su pueblo. 61 años después así lo confirman.
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