Por Dayron Chang Arranz
Santiago de Cuba, 2 may.— Es el Castillo del Morro de Santiago de Cuba, una de esas reliquias con más de una vivencia amurallada entre sus laberintos. Sus leyendas coloniales de corsarios y piratas la ubican, junto a los Tres Reyes de la Habana y a San Felipe de Puerto Rico, entre las fortificaciones más emblemáticas del Caribe. El espesor de sus muros medievales, la hermeticidad de sus galerías abovedadas y su fachada renacentista la confirman además como una joya de la arquitectura militar en Hispanoamérica.
Santiago de Cuba, 2 may.— Es el Castillo del Morro de Santiago de Cuba, una de esas reliquias con más de una vivencia amurallada entre sus laberintos. Sus leyendas coloniales de corsarios y piratas la ubican, junto a los Tres Reyes de la Habana y a San Felipe de Puerto Rico, entre las fortificaciones más emblemáticas del Caribe. El espesor de sus muros medievales, la hermeticidad de sus galerías abovedadas y su fachada renacentista la confirman además como una joya de la arquitectura militar en Hispanoamérica.
Buscando
en nuestros orígenes en Carnicería entre Trinidad y Habana. Nos convoca
un toque ancestral. Estamos frente a una obra maestra declarada por la
UNESCO “Patrimonio Oral e Inmaterial de la Humanidad”, legado que
sobrevive desde las primeras migraciones francohaitianas. Es una
sociedad de socorro y ayuda mutua que trasciende por sus
representaciones y bailes, acompasados en la conocida Tumba Francesa La
Caridad de Oriente.
El mamier o tambor madre, el bulá, la tambora, los chachas, entretejen un antiguo ceremonial que define nuestra identidad. Estos toques confirman la indiscutible presencia de esta cultura en Iberoamérica.
Pero tal chispazo de identidad tiene legítima expresión a 26 kilómetros de este emplazamiento citadino. Justo en el corazón de la Sierra Maestra, a mil 119 metros sobre el nivel del mar habita uno de los paisajes arqueológicos más increíbles del continente.
Fundada el 18 de mayo de 1961, declarada Monumento Nacional el 29 de noviembre de 1991 y Patrimonio de la Humanidad en el año 2000 junto a todo el conjunto de ruinas cafetaleras del sur del Oriente cubano, es La Isabelica la única representación museística de los cafetales franceses en Cuba. Hacienda cafetalera propiedad del francés Víctor Constantan Couzo, en la que, a través de 17 salas expositivas, se muestran 598 objetos vinculados con la emigración franco-haitiana, muchos encontrados en las excavaciones arqueológicas realizadas próximas a las ruinas y otros donados y legados por descendientes franceses.
Esta huella arquitectónica es monumento de la ingeniería hidráulica y vial, además es un aporte de la arquitectura doméstica y funeraria y los sistemas productivos, que denota el aprovechamiento de espacios y topografía de montaña.
Es La Isabelica la representación museística más alegórica de los cafetales franceses en Cuba y este sonido de tumba un aderezzo indispensable que define hoy nuestra musicalidad.
El mamier o tambor madre, el bulá, la tambora, los chachas, entretejen un antiguo ceremonial que define nuestra identidad. Estos toques confirman la indiscutible presencia de esta cultura en Iberoamérica.
Pero tal chispazo de identidad tiene legítima expresión a 26 kilómetros de este emplazamiento citadino. Justo en el corazón de la Sierra Maestra, a mil 119 metros sobre el nivel del mar habita uno de los paisajes arqueológicos más increíbles del continente.
Fundada el 18 de mayo de 1961, declarada Monumento Nacional el 29 de noviembre de 1991 y Patrimonio de la Humanidad en el año 2000 junto a todo el conjunto de ruinas cafetaleras del sur del Oriente cubano, es La Isabelica la única representación museística de los cafetales franceses en Cuba. Hacienda cafetalera propiedad del francés Víctor Constantan Couzo, en la que, a través de 17 salas expositivas, se muestran 598 objetos vinculados con la emigración franco-haitiana, muchos encontrados en las excavaciones arqueológicas realizadas próximas a las ruinas y otros donados y legados por descendientes franceses.
Esta huella arquitectónica es monumento de la ingeniería hidráulica y vial, además es un aporte de la arquitectura doméstica y funeraria y los sistemas productivos, que denota el aprovechamiento de espacios y topografía de montaña.
Es La Isabelica la representación museística más alegórica de los cafetales franceses en Cuba y este sonido de tumba un aderezzo indispensable que define hoy nuestra musicalidad.
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