Por Margarita Piedra Cesar
Desde hace 60 años, cada 28 de octubre, generaciones de cubanos nos hemos preguntado, ¿Dónde estará Camilo?
Sabemos que desde aquel fatídico atardecer del 28 de octubre de 1959, la avioneta que lo conducía hundió su metálico cuerpo en las profundidades del mar, para dejar atrapada entre sus aguas su legendaria figura. Y aún así, nos preguntamos, ¿Dónde estará Camilo?
Después de dos semanas de angustiosa búsqueda del héroe desaparecido en comparecencia televisada el 12 de noviembre de 1959, el Comandante en Jefe, Fidel Castro, confirmaba la trágica noticia de su muerte. Y aún así nos preguntamos, ¿Dónde estará Camilo?
Y porqué a pesar del tiempo transcurrido, los cubanos de ayer, los de hoy y también lo harán los de mañana, seguimos preguntándonos, ¿Dónde estará Camilo?
No hay en ello nada de misterio, ni nada extra-espiritual. La muerte puede matar hombres, hacerlos desaparecer, sepultarlos bajo tierra o en el fondo marino y puede, incluso, hacerlos olvidar con una cruz y un epitafio en una tumba de mármol lúgubre y frío.
A pesar de sus 27 años vividos, Camilo Cienfuegos supo con su acción y pensamiento ganarse el cariño, respeto y admiración de su pueblo, que le colocó en su pecho el más honroso galardón a que puede aspirar un ser humano: el de Héroe.
Decía el Che que cuando el tiempo pase y los dos años de lucha en la Sierra y aquel primer año después del triunfo sean sólo unas pequeñas líneas en nuestra historia, en esas líneas necesariamente, tendrá que estar escrito el nombre de Camilo.
Y cuánto camino hemos andado y cuánta historia hemos escrito en estos años y ahí en la primera línea, sigue el nombre de Camilo, como una estela imborrable en la memoria de su pueblo, con destellos superiores a los cien fuegos que anuncian su apellido.
Es ahí el secreto del por qué los cubanos de ayer, de hoy y de siempre, en cada 28 de octubre nos preguntamos, ¿Dónde estará Camilo?
Metafóricamente pudiéramos hacerlo renacer y decir: Camilo está en todas partes, en la sonrisa de un niño, en la fortaleza de un joven, en las manos creadoras de un obrero, en el fusil de un soldado, en los sueños y esperanzas de cada hombre o mujer de pueblo, de ese mismo pueblo que al recordarlo cada 28 de octubre lo presiente como fue, es y será: siempre alegre, siempre joven, siempre rebelde, eternamente vivo.
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