Por Claudia González Catalán
Santiago de Cuba, 3 dic.— Santiago de Cuba podría definirse desde el Parque Céspedes, el Cuartel Moncada, la Plaza de la Revolución o el Cementerio Santa Ifigenia. Son sitios que hablan de la monumentalidad de la urbe.
Sin embargo, todos estos espacios fueron pequeños para acoger a la multitud que ofreció homenaje póstumo al Líder de la Revolución en 2016; cuando toda la ciudad se volvió un clamor multitudinario: “Yo soy Fidel, Yo soy Fidel…”
Ocho días demoró la caravana en recorrer toda Cuba hasta su entrada triunfal en Santiago. Era mediodía cuando regresó el Comandante invicto, guiando su caravana hacia la eternidad.
El primer alto en la Ciudad Héroe fue bautizado por una llovizna imperceptible, en el mismo sitio donde proclamara la Revolución en 1959 y donde también agradeció la victoria, tantas veces legitimada. Entonces el cortejo fúnebre recorrió las calles y se hizo pueblo.
La Plaza de la Revolución ofreció como lecho nocturno la llama eterna inspirada en Baraguá. Entre el dolor y la gratitud, la vigilia apenas alcanzó para recordar sus anécdotas de joven intrépido y sensible.
El 4 de diciembre, amaneció con la elocuente certeza del verbo esculpido sobre el mármol. En el cementerio Santa Ifigenia una melodía acompañó la solemnidad del momento. Por primera vez se escuchaba la cantata “Eterno Fidel” en el camposanto santiaguero.
No hubo quien no se conmoviera con aquellos acordes, escogidos entre el lirismo y la estridencia para evocar al guerrero invicto, al amigo entrañable y al hombre magnánimo.
A dos años de su partida, todos lo saben habitando el monolito que lo abraza, pero su legado se percibe omnipresente en el pueblo. El recuerdo de aquellos nueve días quedó inmortalizado en las fotografías, el bronce o la música. Como cada diciembre, una proclama trasciende desde esta melodía: “Siempre estará vivo, Fidel”.
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