Por Armando Fernández Martí
Santiago de Cuba, 17 ago.— Cuentan que aquel 17 de agosto de 1870, montado en un asno camino de la muerte iba Perucho Figueredo repitiendo incesantemente una de las estrofas del Himno compuesto por él en Bayamo: “Morir por la Patria es vivir”
Así llegó Perucho Figueredo al viejo matadero de Santiago de Cuba donde sería fusilado por el delito de ser revolucionario, según la sentencia de un Tribunal Militar Español.
“Si siento mi muerte -había dicho a sus jueces-, es tan solo por no poder gozar con mis hermanos la gloriosa obra de redención que había imaginado y que se encuentra ya en sus comienzos. (…) Cuba ya está perdida para España”.
Perucho Figueredo, abogado, músico y poeta, había abandonado riquezas y familia para abrazar la causa revolucionaria de Céspedes, secundó a éste cuando se alzó en La Demajagua el 10 de octubre de 1868 y ocho días después, con una pequeña tropa, se le unió convirtiéndose en uno de los jefes de la revuelta.
Tras un primer revés sufrido por su tropa en Yara y ante la propuesta de algunos para que capitulara, Perucho fue tajante: “Al frente de los míos me uniré a Céspedes y con él he de marchar a la gloria o al cadalso”
Días más tarde cuando Perucho entraba victorioso en Bayamo tras rendirse la ciudad y alentado por el pueblo, puso letra a aquella marcha patriótica compuesta por él y que devino en nuestro Himno Nacional.
Tal vez por eso, aquel 17 de agosto de 1870, ya frente al pelotón de fusilamiento en el viejo matadero de Santiago de Cuba, Perucho Figueredo tuvo todavía fuerzas para gritarle a los enemigos españoles: ¡Morir por la Patria es vivir!
La descarga de fusilería apagó aquel grito, Perucho se desplomó y su corazón dejó de latir. Pero su ejemplo y la gloria de su himno, 148 años después, siguen llamando cada día a su pueblo al combate, para que la Patria siempre os contemple orgullosa.
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