Plaza de la revolución

Plaza de la revolución
Plaza de la revolución

miércoles, 11 de mayo de 2016

Ignacio Agramonte y Loynaz, paladín de la vergüenza


Ignacio Agramonte y Loynaz, paladín de la vergüenzaPor Armando Fernández Martí

Hace 143 años, el 11 de mayo de 1873, en los potreros de Jimaguayú, región del Camagüey, perdió la vida en un combate contra soldados españoles el Mayor General del Ejército Libertador, Ignacio Agramonte y Loynaz, cuando un proyectil disparado a corta distancia le atravesó la sien derecha, derribándolo de su cabalgadura.

Tenía Agramonte en esos momentos 31 años de edad, pues había nacido el 23 de diciembre de 1841 en la Villa de Santamaría del Puerto del Príncipe, hoy Camagüey. Se graduó de abogado en MIL 865, incorporándose a la primera gesta independentista a partir del 11 de noviembre de 1868, un mes después del Grito de Yara. Fue uno de los redactores de la Constitución de Guáimaro.

El Bayardo, como también era llamado Agramonte, en 1867, tras renunciar a su cargo en la Cámara de Representantes de la República en Armas, a propuesta del Presidente Carlos Manuel de Céspedes fue designado jefe de la división del Camagüey, organizando una aguerrida y temida caballería librando más de cien combates que lo convirtieron en el terror de los soldados españoles.

El Mayor fue un ejemplo inigualable para su tropa porque siempre supo infundirle valor y compartía con ella por igual los peligros y penurias de la guerra, lo que lo convirtió en un extraordinario jefe de la revolución. Precisamente al frente de su caballería se encontraba aquella fatídica mañana del 11 de mayo de 1873, cuando un disparo en la cabeza lo derribó, quedando su cadáver en campo enemigo.

Los restos de Ignacio Agramonte fueron llevados por los colonialistas a su natal Puerto Príncipe, paseados por sus calles y expuestos como trofeo de guerra en el Hospital San Juan de Dios de esa ciudad, hasta las cuatro de la tarde cuando fue trasladado al cementerio local y su cadáver incinerado con leña y petróleo, lanzando sus huesos presumiblemente en una fosa común.

Pocos días después de la caída en combate del Mayor en Jimaguayú, al asumir el mando de la guerra en el Camagüey, Máximo Gómez expresó: “Pocos pueden como yo, apreciar la pérdida que ha sufrido la revolución (…) pero los españoles no saben una cosa, y es que Agramonte les hará tanto daño muerto como les hizo vivo”.

El 11 de mayo de 1873 la lucha por la independencia cubana perdió a uno de sus más capaces y valerosos jefes. Hoy, el Mayor Ignacio Agramonte y Loynaz sigue cabalgando sobre una palma escrita, y a la distancia de 143 años resucita, no de una muerte sombría, sino de un hermoso morir, para seguir siendo ejemplo imperecedero de su pueblo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario