Plaza de la revolución

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miércoles, 1 de julio de 2015

El abanico como prenda acompañante de la mujer


ABANICO Por Brita García Alberteris y Maria de Jesús Chávez

Santiago de Cuba, 1 jul.— Cuentan que la bella hija de un mandarín chino, durante una festividad, refrescó el aire con su antifaz, y así inició la leyenda del primer abanico.

Para los japoneses, todo comenzó con un humilde artesano, que imitando las alas de un murciélago creó el primer abanico plegable. Sea cierto o no, los más antiguos abanicos de esa  tierra se llaman komori, que significa murciélago.

El origen de la prenda es tan antiguo, que en la tumba de Tutankamón aparecen como parte de su ajuar. Se han fabricado en bambú, seda, papel, marfil, tortuga, plumas y crespones, llegando a ser verdaderas obras de arte.

A Europa llegó aproximadamente en el siglo XVI, a través de los navegantes que llegaban de Oriente. Al principio su uso era para ambos sexos. Los hombres llevaban ejemplares de bolsillo y las mujeres, los de mayor tamaño y adorno. Objeto raro, fue privilegio de damas de gran linaje. Se dice que Isabel I de Inglaterra llegó a pagar 500 coronas por un ejemplar. ABANICO

En España tuvieron mucho éxito, y el país se convirtió en uno de los mejores fabricantes y exportadores de los más reconocidos estilos de abanicos. Es por esta vía que llega a Cuba, y a mediados del siglo XIX se hizo popular. El accesorio ganó fama por la excelente calidad del material con el cual era producido, pero sobre todo, por el toque de cubanía que fueron adquiriendo.
También durante las guerras independentistas jugaron un papel importante, pues eran utilizados para enviar mensajes de un lugar a otro, escondidos entre los graciosos gestos de una cubana.

Una de las curiosidades más famosas es el llamado código o "lenguaje del abanico". Así, por ejemplo, abanicarse rápidamente mirando a los ojos se traducía como “te amo con locura”, pero si se hacía lentamente, significaba que la señora era casada e indiferente.  Si se cubría la cara con el abanico abierto estaba planteando una cita.

Apoyarlo en la mejilla derecha equivalía a un “sí”, pero si lo apoyaba sobre la izquierda era un “no” rotundo. De esta forma, cada movimiento pensado con esta prenda era una conversación secreta, o casi, entre los involucrados.

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