Plaza de la revolución

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lunes, 20 de julio de 2015

Abel Santamaría y el asalto al cuartel Moncada


Por Armando Fernández Martí
                            
Santiago de Cuba, 20 jul.— Abel Santamaría Cuadrado fue calificado por Fidel como el más generoso, querido e intrépido de los jóvenes de la Generación del Centenario, movimiento del que era segundo jefe, escalón ganado por sus dotes de revolucionario, convencido de que la dictadura batistiana solo podría ser derribada mediante la lucha armada.

Fidel y Abel se conocieron en mayo de MIL 952 y el joven villaclareño, de solo 25 años, quedó prendado de la causa a la que el abogado ortodoxo le ofrecía incorporarse, que no era otra que una Revolución basada en las ideas de Martí y del marxismo-leninismo como ideología, lo que no hubo que decirle porque él lo comprendió desde los primeros momentos.

La casa de Abel y su hermana Haydee, en 25 y O, en La Habana, sería el sitio donde se forjaron los planes del nuevo movimiento revolucionario, que nacía desvinculado de todo tipo de politiquería, causante del estado de cosas en que estaba sumida Cuba y que Fulgencio Batista aprovechó para su funesto Golpe de Estado del 10 de marzo de MIL 952.

A Abel Santamaría, Fidel le encomendó difíciles misiones a favor del movimiento ya cuando tenían concebido el plan final para llevar a cabo una acción que reiniciara la lucha revolucionaria, e segundo jefe de movimiento viajó a Santiago de Cuba desde principios de julio de MIL 953, para junto con Renato Guitart hacerse cargo de los preparativos finales de los asaltos a los cuarteles Moncada y Céspedes.

En la ciudad indómita Abel y Renato precisaron detalle a detalle cada uno de los pro y contra del ataque a lo que era la segunda fortaleza militar del país, con un regimiento de cerca de 500 soldados y guardias rurales. Sin embargo, en ningún momento se dudó de que ese bastión de la dictadura era vulnerable y podría ser tomado si no fallaba la estrategia concebida, fundamentalmente el factor sorpresa.

El plan preveía que el grueso de los asaltantes participarían en la toma de la fortaleza, otro grupo iría al Hospital Saturnino Lora situado a uno de los lados del cuartel y otro grupo tomaría el Palacio de Justicia, una edificación de varios pisos situada frente al Moncada para desde su azotea hostigar a la guarnición.

Tratando de preservarle la vida a este joven que a juicio de Fidel era el alma del movimiento el jefe de la Revolución le asignó la toma del Hospital Saturnino Lora, pero al fracasar la acción fue detenido y asesinado en las mazmorras del Moncada tras ser torturado salvajemente y sacarle los ojos. Su destino fue el martirologio por la patria.

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