Plaza de la revolución

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lunes, 16 de febrero de 2015

La historia poco contada de un santiaguero importante


Pedro Antonio SantaciliaTexto y Foto Israel Hernández Planas

Santiago de Cuba, 16 feb.— la villa de Santiago de Cuba pronto arribará a cinco siglos de fundada. Es una ciudad llena de historias, muchas conocidas otras aletargadas en el tiempo.

Pedro Antonio Santacilia Palacios no es un nombre que diga mucho en nuestra tierra caliente. Me atrevería a asegurar que sólo es conocido en un grupo de historiadores y por algunos literatos.

Sin embargo no sería osado decir que muy pocos, le atribuyen un cargo tan importante como el de ser secretario personal de Benito Juárez, el Benemérito de las Américas.

No es de extrañar entonces que en otras partes del mundo le crean mexicano. Pero lo cierto es que este hombre nació en Santiago de Cuba un 24 de junio de 1826 según consta en los anales de la catedral santiaguera.

De padre catalán y madre dominicana este santiaguero llegaría a ser uno de los más grandes amigos de Antonio Maceo y por su accionar posterior un hijo ilustre de Santiago de Cuba.

Santacilia Palacios se devela a los cubanos como un gran poeta. A decir verdad fue uno de los más grandes románticos del siglo XIX. Otros conocen su arista independentista, sentimiento que bañaba caudalosamente sus versos.

Si en el entonces se hubiera estilado el curriculum vitae entonces Pedro Antonio Santacilia hubiera engrosado el suyo con su accionar en el magisterio y en la historiografía.

La cuestión que lo eleva es su rechazo total y rotundo al colonialismo español, a fin de cuentas, el sistema que oprimía a todos los cubanos.

Sin dudas su lírica lo ubica a la par de Mendive, Milanés, Zenea, Plácido, Del Monte y Luisa Pérez. Pero su desarrollo político lo marcó mucho más. No en balde, a causa de sus ideas independentistas, fue deportado por los colonialistas españoles el 25 de enero de 1852.

Su infortunio le llevó a España y Estados Unidos. Su pluma voló por los papeles y su legado poético se hizo rico con la tristeza propia de los deportados.

Un buen día su derrotero lo llevó a Nueva Orleáns, al sur de los Estados Unidos donde conoció a un indio pobre,  mexicano con ideas de reformar radicalmente a México. Tanto le sensibilizó el pensamiento del indio que desde entonces Santacilia Palacios ligó su vida estrechamente a aquel que tan vehemente hablaba de libertad. El nombre de aquel indio era Benito Juárez.

Desde entonces se selló esa profunda amistad entre el santiaguero y el mexicano. Tanto le quería Juárez a Santacilia que cariñosamente le llamaba “Querido Santa”. El vínculo se estrechó mucho más cuando Santacilia contrajo nupcias con la hija del prócer mexicano, Manuela.

Cuando fue derrocado en México el emperador Maximiliano, Benito Juárez queda elegido presidente y nombra a Pedro Antonio Santacilia Palacios como su secretario personal.

En su importante cargo Santacilia llevó adelante su labor diplomática al servicio de su patria adoptiva, pero nunca olvidó a Cuba, ni su sufrimiento de verla esclava.

Su accionar desde la secretaria mexicana apoyó irrestrictamente la causa independentista de los cubanos. Tanto fue así que logra el 3 abril de 1869 que se haga un decreto presidencial, por el cual se permitía que los barcos con bandera cubana pudieran fondear en los puertos mexicanos. Después el Congreso de ese país, del cual era miembro, apoyó el mencionado decreto, convirtiéndose ese gobierno el primero en reconocer la beligerancia cubana iniciada el 10 de octubre de 1868.

La historia poco contada de un santiaguero importante Su domicilio mexicano radicado en la calle Tiburcio #16 de la capital azteca fue morada de muchos cubanos que conspiraban para derrocar el colonialismo español.

Entre sus relaciones más sobresalientes se encuentran las que sostuvo con Maceo y Martí en tierras mexicanas.

De manera que Santacilia, hijo de Santiago de Cuba, creció hasta el pedestal de los grandes por la independencia cubana. México le vio defender su amor por Cuba, esa que nunca descuidó ni por los asuntos de Benito Juárez.

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