Plaza de la revolución

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sábado, 21 de febrero de 2015

El desconocimiento mata


El caso es que por mi gata tuve conocimiento de todos los servicios con los que puedo contar para tener una mascota más saludable

Por Coral Vázquez Peña

Santiago de Cuba, 21 feb.— Hace unos días mi gata se perdió, sin pretender ser una persona elitista o esnobista, afirmo que fue como perder un ser querido.
No exagero. Quizás no se le tenga a los animales afectivos el mismo cariño que se le puede tener a un hijo o a una madre. Pero sin dudas, ellos aportan una alegría insustituible a un hogar, incondicional e inocente cual si fuesen niños pequeños. En ese sentido, perderlos es extrañar sus hábitos: las veces que se cuelan en nuestras camas y nos roban el sueño, las medias rotas, los recibimientos en las mañanas y cuando llegamos de la calle…, en fin, es perder parte de nuestra cotidianidad, y eso duele.

Era una gata común, de esas que botan los irresponsables en cualquier parte de la ciudad que tenía una salud envidiable. Por eso, salvo una que otra pulga y curarle las quemaduras que tenía cuando me la regalaron, nunca había tenido la necesidad de acudir al veterinario. A duras penas conocía la existencia de los servicios veterinarios en la ciudad de Santiago de Cuba.

Esta visita me hizo percatarme de la poca cultura que poseemos los santiagueros, y cubanos quizás, en torno al cuidado de los animales domésticos, específicamente, de las mascotas hogareñas.

Las clínicas veterinarias comprenden una serie de servicios que van desde simples consultas, hasta la vacunación de los animales contra enfermedades comunes de cada especie, tanto afecciones víricas y bacterianas como parásitos externos e intestinales, la esterilización e incluso, de ser necesario, el sacrificio.

Yo que convencida estaba de encontrar un servicio casi primitivo, me sorprendí primero cuando la veterinaria luego de constatar el estado de salud de mi mascota, se dispuso a charlar conmigo tratando de tranquilizarme y de que no llorara, pues mi estado emocional le podía ser transmitido a la gata, y en ese caso sufriría más. Luego me tranquilizó explicándome cómo se llevaría a cabo el procedimiento para curarle las lesiones que tenía por haber estado en contacto directo con combustible, evitando que el animalito sufriera.

En medio de esa conversación, me comentó sobre la poca cultura que existe en la población cubana en el cuidado de los animales afectivos, el peligro que representan aquellos que tras ser abandonados en las calles contribuyen a la propagación de enfermedades como la sarna, las garrapatas y la rabia.

También me relató como algunas personas en su afán de mantener algunos animales en sus hogares, dedicándoles un mínimo de tiempo, prefieren aplicarle remedios caseros para el tratamiento de los parásitos y como le ocasionan daños irreparables en no pocas ocasiones, en vez de mantener anualmente los ciclos de vacunación recomendados y los chequeos periódicos.

El país se encuentra atareado en numerosas campañas de bien público, se advierte la necesidad de mantener adecuados hábitos higiénicos en la prevención de enfermedades pero olvidan ese segmento importante que habitan en las ciudades.

Durante siglos, en ese afán humano de simplificarse la vida y de servirse de una compañía incondicional, los animales fueron arrancados de su estado salvaje y llevados a nuestros hogares. Ahora, dependen de nosotros y no solamente para comer, también para mantener calidad de vida.

Entonces, es nuestra responsabilidad y obligación retribuirle una parte de todos los beneficios que durante siglos nos han brindado, pues a la larga, su salud repercute directamente en la nuestra salud física y emocional.

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