Único sitio donde Frank Pais trabajó como maestro
Por María Elena López Jiménez
Santiago de Cuba, 13 oct.— Como una reliquia íntimamente guardada se conserva la pintura en el otrora colegio El Salvador en esta ciudad. El tiempo la ha investido de la magia del presente eterno, con esa belleza que se refugia en el gran amor de un grupo de niños al maestro de siempre, a Frank, Salvador, David, Cristian.
No tiene autoría, posiblemente creado en el tiempo de la dictadura batistiana, en medio de la clandestinidad y en 1959, se develó con la participación de los antiguos alumnos de Frank, la madre Doña Rosario y la hermana Sara País.
Ese día los infantes llevaron flores y cada uno dijo un pensamiento martiano en el acto-homenaje, basados en la profunda filosofía patria que el maestro le impregnó en las clases de Historia y de Educación Cívica. Y el cuadro, del color del tiempo en estos momentos dice del Frank maestro, hombre, hijo, hermano y combatiente, rasgos que sobresalían en el aula de cuarto grado del antiguo centro adjunto a la segunda iglesia bautista santiaguera.
El pastor y a la vez director del colegio, era Agustín González Seisdedos, vinculado no solo por la fe al joven sino también por lazos casi familiares; desde 1919 cuando llegó de España por las enseñanzas y guía que recibió del viejo País. También los unía el rigor de la vida de los inmigrantes gallegos en Cuba por esa época, en los años 20 del siglo pasado.
En el libro “Instrumento Escogido” de Sara País Molina, hermana mayor, nacida del primer matrimonio del padre, destaca que los pensamientos martianos recitados por los niños en la develación de la obra, hablaban de las características del David clandestino, del Frank-profesor, del Salvador martiano, del Cristian sacrificio:
El primero aseveró “Trincheras de ideas valen más que trincheras de piedras” y agregó que su maestro les enseñó a cultivar la mente y con ella, el corazón.
“Solo el amor construye”; “Honrar a la Patria es una manera de pelear por ella”. “Se afirma un pueblo que honra a sus héroes”; “Ver en calma a un crimen es cometerlo”; “La capacidad de amar es la única que hace grande y feliz al hombre”. Son algunas de las máximas que inscribieron en la jornada de recordación.
En el libro de Juan Antonio Monroy, escritor ibérico, “Frank País, un evangélico español en la Revolución cubana” expone: “era un enamorado de la Historia. Pero no la explicaba a sus alumnos siguiendo el guión trazado en los textos escolares. Ofrecía su propia interpretación. El director del colegio, Agustín González, quien de vez en cuando daba una vuelta por la clase de Frank, le preguntó un día en tono paternal: “¿Qué clases son esas que impartes? ¿Qué asignaturas sigues?” Frank respondió: “Esa, pastor, es Historia, pero la Historia verdadera, la que aún no se ha escrito en los libros. Por ello nos toca a nosotros decir las cosas como realmente ocurrieron”.
El historiador santiaguero, Alcibíades Poveda, amigo de Frank, hurga en el ideario del revolucionario cuando profundiza en el concepto de la República Escolar: "Constituye una de las manifestaciones de la tradición educacional de la antigua provincia oriental; establecer una organización escolar con el fin de promover la cultura cívica, la formación de buenos ciudadanos. La idea de la República Escolar tiene su inspiración directa en ejemplos de la enseñanza santiaguera, muy prestigiosa desde el siglo XIX, y que, al triunfo de la Revolución en el año 1959 era de un notable y positivo peso social, y con numerosos profesionales de alto nivel pedagógico. La intención asumía el principio pedagógico de darles responsabilidades que los motivaran y se integraran al existir de cada uno. Propuso a los distintos alumnos para los cargos que serían aceptados por votación”.
Los propios discípulos practicaban los ministerios. Primero el presidente; luego ministro de Justicia, ministro de Hacienda, ministro de Trabajo, ministro de Educación, ministro de Salubridad y ministro de Obras Públicas. En el aula formada por menores de 10 años, crecía el patriotismo y apego a los mejores valores humanos. Entre los nueve artículos que contenía la Constitución de aquel atípico gobierno, figuraba una trilogía especial: “Artículo 7: Los ciudadanos de esta República no reconocen privilegio alguno. Artículo 8: Se declara ilegal cualquier discriminación por motivos de raza, sexo, color o clase. Artículo 9: Toda persona tiene derecho a emitir su pensamiento libremente.
Actualmente, un antiguo alumno, ya jubilado, el estomatólogo Gabriel Céspedes recuerda algunos momentos y aspectos en las clases: La disciplina, rigurosa, fiel reflejo del carácter del profesor. Si alguno se portaba como no debía, era juzgado por un tribunal formado por los propios condiscípulos.
Desde la infancia el joven País impuso su personalidad y vocación, según describió en una entrevista, Doña Rosario, quien le esbozó un día el tema en conversación íntima y familiar: “¿Has decidido qué vas a estudiar cuando termines la escuela? En el colegio y en la Iglesia todos estamos de acuerdo en que podrías seguir los pasos de tu padre. Tienes condiciones para llegar a ser un buen pastor”. La respuesta del hijo desconcertó un tanto a la madre: “No, mamá –contestó– Quiero hacer el bachillerato a ver si puedo hacer arquitectura. Usted sabe que a mí me gusta mucho esa carrera, además, no soy mal dibujante y el dibujo es fundamental en ella. También me gustaría ser maestro, pero me falta un año para ingresar en la Normal”.
En una evocación de la hermana mayor, resalta que no logró el sueño de arquitecto por la situación económica de la familia; el año que lo separaba de la Normal Frank estuvo matriculado en el Instituto de Segunda Enseñanza de Santiago de Cuba, donde ingresó inmediatamente después de graduarse en el Instituto Martí. Quería iniciar y terminar el Bachillerato, pero no pudo hacerlo, por las condiciones en que vivió, sus responsabilidades como hermano mayor y en parte sustentador de la madre.
La entrada en la Escuela Normal para Maestros de Oriente se volvía muy difícil para un joven que iba por libre y sin influencias de altas personalidades. Las oposiciones previas eran muy fuertes. Los examinadores tenían en cuenta a hijos de familias pudientes; como era el caso de Frank, difícilmente conseguiría entrar. Pero lo logró con notas brillantes. Obtuvo el número uno de su promoción.
La trayectoria de Frank niño, estudiante y maestro se complementa en esta obra de arte detenida en el tiempo como una hermosa historia de amor de sus educandos que la hizo trascender, aunque casi nadie l a conozca en un resguardo del antiguo colegio El Salvador.
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