Por María Elena López Jiménez
Santiago de Cuba, 17 oct.— Desde 1972, fecha que se fundó el restaurante Santiago 1900, una escultura ha custodiado junto a su perro la entrada del recinto; Le nombran Manolito, ícono ya de este centro como bienvenida al visitante.
Los mayores cuentan que el artista autor de la obra se inspiró en un ser real que tuvo una vida larga de 101 años. Fue un esclavito urbano y la sonrisa que brinda eternizado por la mano de su creador, demuestra que ya no tenía ni amos ni cadenas. Pudo haber nacido en la penúltima década de la centuria del siglo XIX con el sello de nuestra identidad. Ya había emergido la cubanía.
Se desconoce quien lo esculpió y de la época que data. Lo cierto es que ha llegado hasta nuestro tiempo sentado en el mismo lugar en un ambiente del Santiago de antaño que forma parte de la memoria ambiental de la ciudad con un decorado exquisito de espejos, jarrones, muebles que se adecuan a la arquitectura de la casona con puntal alto, escalera y patio interior.
La restauración de la figura estuvo a cargo de la escultora Caridad Ramos, quien con paciencia en su taller se dedicó en cuerpo y alma a no borrar la impronta del autor; incluso ella destaca que "Manolito" dejó un sello en sus saberes humanos y desde ese reconocimiento emergieron otros aspectos creativos en su labor.
Para que no se perdiera su historia, a partir del 2010, el colectivo de trabajadores junto a su administrador iniciaron lo que se ha convertido en una una tradición al pasar de los años: un homenaje al símbolo que perdura, al niño liberto con la sonrisa bella de la inocencia.
Tiene en su aval este sitio el escrito dejado por Fidel Castro cuando estuvo aquí el 8 de diciembre de 1973: "Me voy con la impresión de haber visitado el más bello y acogedor restaurant de Cuba por la amabilidad de sus trabajadores"… Y Manolito sigue ahí, como un símbolo de nuestras raíces y hospitalidad cubana.
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