Por Armando Fernández Martí
Santiago de Cuba, 20 ago.— Hace hoy 103 años el 20 de agosto de 1915 falleció a la edad de 82 años, en la Habana, el prestigioso científico cubano y benefactor de la humanidad, Carlos J, Finlay, descubridor del mosquito Aedes aegypti como agente transmisor de la fiebre amarilla, una enfermedad que durante el Siglo XX mató a decenas de miles de personas en varios continentes del planeta, sobre todo en regiones de clima subtropical y tropical.
Carlos J. Finlay había nacido el 3 de diciembre de 1833 en la ciudad de Camagüey, se doctoró en medicina en el Jefferson Medical Collage, de Filadelfia, Estados Unidos, título que revalidó después en la Universidad de La Habana. Ya para entonces el joven doctor Finlay se preocupaba por los estragos que venía causando en el mundo la fiebre amarilla de la cual se desconocían las causas que la provocaban y se dedicó loablemente al estudio de dicha enfermedad.
Ya en febrero de 1881 en la Conferencia Sanitaria Internacional que se celebró en Washington, Finlay dio a conocer los resultados acerca del mosquito Aedes aegypti como transmisor de la fiebre amarilla, resultados que corroboró en agosto de ese propio año en la Academia de Ciencias de La Habana.
Por esta época una comisión científica norteamericana que realizaba estudios acerca de la fiebre amarilla no logró resultados concretos y solicitó a Finlay comprobar su teoría acerca del Aedes aegypti con conclusiones positivas, pero por orden del gobierno norteamericano ese logro científico se le atribuyó al médico de ese país, Walter Reed.
Sin embargo, la actividad científica de Finlay era tan relevante que fue propuesto para el Premio Nobel de Medicina aunque nunca se le concedió por presiones de Estados Unidos, mientras que Francia e Inglaterra lo condecoraron con altas distinciones por sus resultados sobre las investigaciones de la fiebre amarilla y otras enfermedades contagiosas que existían por entonces.
Gracias al descubrimiento de Finlay pudo comenzar la librarse el combate contra el Aedes aegypti como agente transmisor de la fiebre amarilla, salvándose centenares de miles de vidas en todo el mundo debido a ese logro científico que incluso alcanza nuestros días porque ese peligroso vector es causante también del dengue, una epidemia que hoy afecta a un tercio de la población mundial causando cada año numerosas víctimas y sobre todo niños.
102 años después de su muerte los cubanos seguimos agradeciendo a Finlay el estoicismo con que se dedicó a sus investigaciones en beneficio de la humanidad, constituyendo ello un ejemplo para las nuevas generaciones de médicos dispuestos a salvar vidas humanas en cualquier lugar del mundo donde sea necesario al precio solo de la gratitud de esos pueblos.
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