Plaza de la revolución

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martes, 5 de junio de 2018

Río Carpintero, la abrupta ribera donde se vigilan los sismos

Por Lian Morales Heredia

Santiago de Cuba, 5 jun.— Eddie Pérez es de hablar  poco y cavilar bastante, parece un campesino, un tímido lugareño, no más. Nada en él sugiere el monitoreo continuo de la actividad sísmica en el Caribe.
  
Graduado de observador de estaciones geofísicas y astronómicas en 1983, Eddie trabaja hace 34 años en el Centro Nacional de Investigaciones Sismológicas  de Santiago de Cuba.
 
Vigila las fuerzas telúricas desde la estación de Río Carpintero, en la Gran Piedra, desde 2010, precisamente en una etapa signada por la intensidad tectónica.
 
Recuerda como si fuese hoy la mañana del 4 octubre de 2011, cuando un evento de magnitud 5,4 en la escala de Richter afectó a Santiago de Cuba.
 
También era él quien estaba de guardia el 17 de enero de 2016 durante el inicio del amenazador enjambre en la costa santiaguera y, además, en la serie de 2017, localizada en Mar Verde, donde también hubo un sismo de 5,4 grados.
 
El globo terráqueo parece escoger para temblar los momentos en que Eddie está en vela.
 
Casi a modo de justificación, él dice que la historia recoge más de 20 terremotos fuertes en la zona, muy activa por su asociación con el límite del sistema de placas del Caribe.
 
Asimismo, enfatiza que la estación de Río Carpintero, fundada en 1965, es la única de funcionamiento asistido en Santiago de Cuba y es fundamental para confrontar mediciones en la región y en cualquier parte del mundo donde se  requiera.
 
Somos tres quienes asistimos el desempeño de la estación, todo el tiempo hay al menos un vigilante, explica.
 
El puesto, ubicado en la falda del macizo montañoso de la Gran Piedra, cuenta con un acelerómetro y un sismómetro de banda ancha de 60 segundos, frecuencia de onda que abarca sin saturarse.
 
Sobre una roca adentrada en las profundidades terrestres, interconectado con la pétrea superficie, el equipamiento registra y mide en tiempo real la actividad y transmite los datos.
 
Sin embargo, a primera vista el conjunto semeja un jardín botánico, rebosante de flores primorosas, un poco raro en sitio habitado solo por hombres. Y por dentro casi parece una casa de muñecas sin estrenar, todo reluciente, meticuloso, como si nada turbara el orden, como si nadie allí estuviera.  
Sucede todo lo contrario.
 
Es tanto el tiempo que permanece un vigilante, que da margen a los menesteres más detallistas y delicados. Es tanta la serenidad, porque allí se vela por el sosiego de todos y se miden las arremetedoras fuerzas de la naturaleza, capaces de sacudir “la gran nave”, en su rumbo espacial.  

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