Plaza de la revolución

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miércoles, 16 de diciembre de 2015

La bebida más ligera del mundo


Por Dayron Chang Arranz

Santiago de Cuba, 16 dic.— Añejar entre barriles, el afrodisiaco ideal que embriague hasta los paladares más vírgenes no es el descubrimiento de un día, mucho menos de un solo alquimista. Para catar deleite, tradición y cubanidad, fue necesario algo más de medio siglo. Nos embarcamos en la Catedral del Ron Cubano: la Nave Don Pancho. ¿La intención? Pues indagar cómo nació esa sublimidad embotellada, bouquet único del ron ligero de Santiago de Cuba.

Cuentan los roneros más viejos que en 1862 Don Facundo Bacardí Masó, imponiéndose a la potente esencia del ron más primitivo en la isla, propone una nueva forma de añejamiento. Se basaba en la mezcla de rones en toneles de madera de roble americano. Aquella novedosa mixtura dio un bouquet diferente a la bebida. Se volvió la sensación de la época. Todos deseaban catar aquel suavizado sabor, que ardía en la garganta, pero ya no era tosco, ni áspero como los que se comercializaban en los mercados del mundo.

Esa misma demanda que despertó el elixir de moda, suscitó el origen de la nave construida a principios del siglo XX, actualmente la más antigua del país. Su primer administrador fue el capitán del Ejército Libertador Don Francisco Savigne Lombard, conocido como Don Pancho.
 
Desandar los pasillos del almacén que hoy lleva el nombre del luchador mambí es casi imposible. La poca iluminación apenas lo permite. Solo polvo y telas de araña atavían un sitio donde reposan cientos de barriles, sacudidos en ocasiones por el ensordecedor ruido de los trenes. Algunos afirman que no por casualidad la nave está justo al lado de una de las vías del ferrocarril. Los que creen en las leyendas, propias de la tradición oral, afirman que el movimiento casi sísmico producido por las antiguas locomotoras, algo tienen que ver con los secretos escondidos tras ese sabor tan peculiar.

Otros como el ingeniero agrónomo Julio Enrique Ayán, maestro del ron cubano confía tal encanto a las mieles de la caña de azúcar y a los maestros que en casi 153 años han sido capaces de depositar, generación tras generación la sabiduría y las mezclas de un añejamiento natural “donde no se usa ningún artificio y todo es producto de la extracción que hace el ron de la madera”. 

Gracias a esa tradición, la técnica de añejar puro placer ha sido conservada sin variarse en lo más mínimo, durante 8 generaciones de maestros roneros. Doce Años, veinte, Veinticinco o Siglo y Medio sin que ninguno de estos maestros abandonasen La Isla del Tesoro, es lo que hace de nuestro ron un placer solo comparable con la ambrosía de los dioses.

Así lo cree Tranquilino Palencio Struch uno de los maestros roneros más viejos en activo. Lo reafirma mientras me sirve en una copa esa última creación, esa renovadora mezcla que lleva por nombre Ron 500 Aniversario. No es solo cortesía lo que percibo en el gesto. Detrás admiro un ritual casi místico, que denota refinamiento, también historia y cultura.

No podría refutar, lo que dice todo buen santiaguero: el ron de Cuba, es un ron que suena. Así lo decimos quienes le disfrutamos acompañando el percutir de una ficha de dominó al caer sobre la mesa en cualquier esquina de la urbe, o aquellos que a guitarra limpia descargamos en las madrugadas.

Por eso no se nos puede olvidar como ofrenda a la ciudad, revisar siempre los barriles de la nave Don Pancho. Estos hacen de nuestra tierra la cuna del ron ligero. Lo pienso mientras un sabor a frutos secos, casi indescriptible, me remite a nuestros campos cubanos acariciando el paladar. Llega entonces lo ardoroso que quema la nuez de Adán, pero se desliza blando por el organismo provocando una embriaguez imperceptible. Disfruto el color ámbar que trasluce desde la botella. Brindar es un acto de fe. Por ello no descarto nada de la liturgia ronera. Solo para llegar a saber que 500 años resbalan por mi garganta.

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