Santiago de Cuba, 4 dic.— Pasadas las siete de la mañana del domingo 4 de diciembre de 2016 el toque de silencio trascendió los límites del cementerio de Santiago de Cuba para estremecer los corazones de millones de cubanos a lo largo y ancho de la isla.
Concluía así la inhumación de las cenizas del Comandante en Jefe Fidel Castro en la gigantesca roca monolítica escogida para su tumba en ese santuario de la patria que es Santa Ifigenia.
Paradójicamente, en ese instante, comenzaba para Fidel otra vida, la inmortal, porque los muertos como él no se resignan a permanecer encerrados en una tumba, sino que se escapan de ella, rompen el silencio y la quietud de los cementerios, se niegan a yacer inmóviles, callados, inútiles cuando hay tanto qué hacer.
Puede haber transcurrido dos años o un siglo, y quién se niega a decir que Fidel no está junto a su pueblo, como siempre, batallando, esparciendo optimismo, para seguir con la gigantesca tarea que es hacer la Revolución, una obra que no admite descanso, ni tregua y mucho menos derrota.
Desde la noche del 25 de noviembre de dos mil dieciséis en que se conoció la noticia del fallecimiento del Comandante en Jefe, Cuba vivió momentos dolorosos y tristes; físicamente los seres humanos no son inmortales y la muerte siempre será inevitable, temprano o tarde interrumpirá el latir de los corazones, sin excepción.
Pero al decir de José Martí: “La muerte no es verdad cuando se ha cumplido bien la obra de la vida”, la desaparición física del líder histórico de la Revolución demostró que el apóstol tenía razón, el pueblo entero se convirtió en Fidel para que siguiera viviendo, para que su corazón siguiera latiendo, para que no se sumiera en la densa penumbra de la muerte o en el lapidario silencio de los cementerios.
A lo largo de los mil 235 kilómetros recorridos por el cortejo fúnebre desde La Habana hasta Santiago de Cuba, se puso de manifiesto que Fidel seguirá estando entre nosotros. Los 365 días transcurridos hasta hoy son prueba fehaciente de que él sigue estando aquí, omnipresente en el corazón de cada cubano que es su corazón y que por eso la Revolución que nos legó no morirá pase el tiempo que pase.
El verso de un poeta: “¡Qué solos se quedan los muertos…!”, pero desde el 4 de diciembre de dos mil dieciséis ni un solo instante Fidel ha quedado solo. Miles lo visitan desde entonces cada día en Santa Ifigenia para dedicarle un recuerdo, un compromiso, su corazón para que perdure entre nosotros eternamente.
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