Plaza de la revolución

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domingo, 4 de diciembre de 2016

Una noche, una plaza, un líder transfigurado en pueblo

Por Leydis Tassé Magaña Fotos: Miguel Rubiera

Santiago de Cuba, 4 dic.— Siete de la noche en la ciudad de Santiago de Cuba, un pueblo, una plaza, un líder abrazado por el cedro, mudo pero vigilante, palabras quebradas por las lágrimas.

Desde horas tempranas de la tarde una multitud compacta se congrega, nadie quiere vivir este día por lo que diga el periódico, la radio o la televisión, se trata de momentos en los que la mejor cámara fotográfica son los ojos llorosos, pero fijos hacia la tribuna, instantes en los que la más moderna cámara de video no puede captar lo que está sucediendo.
   
Es que, simplemente, no hay artefacto que pueda descifrar lo que dice la mente y el lado izquierdo del pecho, mucho menos el sentir de un país con nombre de hombre.
 
¡Yo soy Fidel!, ¡Yo soy Fidel!, ¡Yo soy Fidel!, grita la espesa muchedumbre, solo los necios y quienes no conocen a Cuba tildarían de locos a quienes asistieron a la Plaza de la Revolución Antonio Maceo Grajales este tres de diciembre para decirle adiós al legendario conductor de esta Isla.
 
Frente a Maceo se aprecia una inigualable simbiosis histórica, nuevamente Santiago vuelve a la carga al machete, y esta vez los mambises llevan también el brazalete rojo y negro del Movimiento 26 de Julio.
    
De un solo golpe decapitan la muerte, la desesperanza y la desmemoria histórica, no hay derramamiento de sangre en el campo de batalla, únicamente la rabia de los enemigos que piensan que con el sueño eterno de un líder, duermen también sus ideas para defender con uñas y dientes la Patria.
   
La noche huele a flores, el cielo está empedrado, caen unas ligeras gotas pero nadie se mueve, un aguacero sería el perfecto bautizo para una velada que será seguramente cronicada.
  
No sería extraño, entonces, que fuera atrapada fría y difusamente en los sensacionalistas titulares periodísticos de los adversarios, pero felizmente y para hacer justicia será también contada en los libros de historia que leerán los hijos y nietos del niño de cinco años que allí vi halar de la camisa a su padre para peguntarle: ¿Dónde está Fidel?
   
Un papá que con los ojos aguados le da un beso a su crío, mira hacia la tribuna y calla, sabe que en unos pocos años el pequeño encontrará la respuesta.
   
Para los que están cerca del estrado, hay muchas caras conocidas, las de siempre, los amigos y discípulos de Fidel, acá en la Isla y en otras partes del mundo.
 
El mutismo se adueña de cada espacio, he ahí al hermano de sangre y de lucha, Raúl habla y ante el Titán de Bronce listo para la cabalgata, jura seguir al Comandante y defender algo más que un proyecto social y político, la vida de todo un pueblo.
   
Pocos se van, la multitud se queda, cientos de miles de cubanos no dormirán hoy, se quedan en la plaza, en su interior el cedro continúa abrazando a Fidel pero él ya se ha escapado 11 millones de veces, porque cada cubano, grandes y chicos, niños y ancianos, hombres y mujeres, blancos, negros y mestizos, seres de diversa condición, aseguran vociferando, una y otra vez, ser él.
 
Sigue oliendo a flores esta noche, continúa sin llover, pero si sucede, no se moverá ni una piedra.
  
Dentro de unas horas será cuatro de diciembre, es el día pactado para el encuentro definitivo con la historia, Martí, Frank y los asaltantes del Moncada esperan a quien, acusado una vez por la barbarie, no tuvo mejor absolución: la de la historia.
  
Hasta el amanecer los cubanos y no pocos hermanos del mundo estarán en la Plaza de la Revolución santiaguera para custodiar al Comandante amigo y padre hasta su siembra definitiva en el suelo fecundo de Santa Ifigenia. 
    
Ya veo abundar las noticias, los titulares periodísticos que van y vienen, nuevamente se hablará mañana del recorrido de la caravana con los restos de Fidel, esta vez el último.
  
Dicen que él está en una urna de cedro y refuto, porque al menos este sábado tres de diciembre, en la Plaza de Santiago, ante ese tsunami humano nunca antes visto en un espacio físico a cielo abierto, Fidel caminaba firme, mochila y fusil al hombro, sonreía, gritaba: ¡Adelante!

No podía estar mejor, estaba siendo abrazado por su pueblo.

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