Plaza de la revolución

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domingo, 11 de octubre de 2015

La urbe de las danzas amulatadas


Es Santiago de Cuba una ciudad rica en cuanto a danzas se refiere. Pero esta tiene una ancestral historia que se remonta a siglos atrás.

Por Dayron Chang Arranz

Santiago de Cuba, 11 oct.— Santiago es la ciudad que arranca tradiciones en movimientos y posturas. De elementos europeos y afrocaribeños se nutre una villa calificada por el maestro Ramiro Guerra como la urbe de las danzas amulatadas.

El carnaval santiaguero se convierte entonces en esa ruta central de sudores, leyendas y aromas de zapateos. Es en esta tierra donde se empieza a nutrir la danza actual por dos vías, la danza folclórica y la danza clásica o moderna, y es precisamente esta mezcla la característica que haría única a la región en el desarrollo de estilos, formas y temas.

Por tanto es el carnaval santiaguero -para el historiador del teatro santiaguero Pascual Díaz- el espectáculo danzario de mayor arraigo en la cultura popular de esta tierra. No obstante ya desde 1520 se tiene noticia de una danza de arcos, gesto primigenio de este arte en la capital caribeña.

En el caso de la danza folclórica –abunda Pascual- tiene un extenso y profundo trayecto vinculado sobre todo a la descendencia de los africanos en nuestro país y algo particular santiaguero que es la Tumba Francesa, declarada Patrimonio Inmaterial de la Humanidad por la UNESCO.

Por otro lado sobreviven al tiempo los cabildos Carabalí Izuama y Olugo, comuna cultural donde cohabitan aún los ritmos, toques y movimientos que aportó el continente negro a esta isla de sincretismos y mezcolanza.

Tras un largo proceso de transculturación serían estas las danzas que sustentarían el movimiento danzario profesional y aficionado de Santiago de Cuba, iniciado en 1959 con la creación del Conjunto Folclórico de Oriente, primero de su tipo en Cuba.

Es de está simbiosis de donde se derivan luego el Cutumba, Kokoye, Ballet Folclórico de Oriente y otros aficionados como el Guillermón Moncada, Abolengo, Kazumbi, 3 de diciembre, entre otros.

Pero la característica más interesante de la danza santiaguera está en esa mezcla que logra un equilibrio entre la danza moderna y folclórica. Esa sui generis proyección universal del arte del movimiento corporal se visualizaría en la Compañía Teatro de la Danza del Caribe bajo la dirección del Premio Nacional de la Danza, Eduardo Rivero Walker.

Es con las ideas de este aprendiz cercano a Ramiro Guerra cuando el espíritu africano y caribeño se mantienen al margen de la técnica, para permitirle al talento desnudo vestirse de puros toques de tambor. Hablamos de un ser que estudió como nadie la geografía espiritual y gestual del africano para darle arte en la fisonomía de noveles artistas formados en su propia escuela. Nadie mejor que Eduardo, bailarín rebelde que estremeció las tablas con su imponente Changó para hacer trascender el rito de la tumba, esa alegría con un inexplicable toque escalofriante, los raros tambores preñados de ecos, el compás heredado de la seguramente amarga esclavitud de los abuelos. África en un trance gestual que solo él pudo atrapar en el cuerpo.

Otra de las piezas importantes fue aquella realizada en 1961 con la combinación del primer actor de Raúl Pomares y Manuel Márquez. En ella se fusiona un patakin de puro origen africano con elementos de la contemporaneidad, pero sobre todo del teatro.

Danzas de ida y vuelta como la zarabanda, el complejo de la rumba, acentos europeos, quizás un guiño de todos los continentes fueron salvados gracias a la labor coreográfica de los más diversos creadores de la escena. Entre ellos las tablas recuerdan aún a Antonio Pérez Martínez, Director del folclórico que concibiera Yemayá y el pescador o El pájaro en la ceiba.

Ernesto Armiñan, gestor principal del espectáculo Viaje al Caribe del Cabaret Tropicana Santiago, Juan Teodoro Florentino con Corazón Arará, Idalberto Bandera, gestor del Cutumba, que obtuviera el Premio Villanueva de la Crítica con Sagaloas; todos ellos llevan una impronta que calzan la heterogeneidad creativa y cultural de una ciudad con mixturas diversas.

Santiago sobre puntas

Claro que las tablas no se conformarían con sonidos percutidos a punto de reventar. Necesitarían también vivencias trenzadas en firmes zapatillas.

Así surge el 20 de octubre de 1990 el Ballet Santiago, un viejo anhelo de la ciudad que resume el gusto y el amor hacia la danza clásica infundado quién sabe si por las múltiples ocasiones que la prima ballerina abssoluta se presentó en el legendario Teatro Oriente o a lo mejor por ese espíritu que dejó atrás su insigne maestro hoy sepultado en el Cementerio Patrimonial de Santa Ifigenia.

Ya existían las escuelas de pro Arte musical fundadas por Yavorski –comenta la directora actual de la compañía Zuria Salmon- y tras el triunfo de la revolución se funda la Escuela Provincial de Ballet en la antigua Casa del 30 de noviembre.

Jóvenes talentos graduados en la Escuela Nacional de Ballet conforman hoy la compañía con 25 años de fundada.
Durante la última visita de Alicia Alonso, la prima ballerina reconoció los aportes de esta institución a la vida cultural de Santiago de Cuba y confirmó a esta tierra como un sitial imprescindible del arte del cuerpo pues basta ver al santiaguero para confirmar lo danzario en el ir y venir de los habitantes de la isla.

Ante tantos movimientos es de suponer que la danza santiaguera tiene demasiados actos o patakines como para encerrarla en tan pocos acápites.

Por eso los misterios aparentemente develados muestran la historia de un arte que se renueva a sí misma en cada frase, con cada ritmo, en cada leyenda.

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