Plaza de la revolución

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lunes, 27 de agosto de 2018

El arte y el viaje perpetuos

Por Jorge Luís Estrada Betancourt

La Habana.— «Tú tienes una fiera dentro, pero debes aprender a controlarla con la mente», le dijo a Alberto Lescay uno de los maestros que más recuerda de aquellos años de estudiante en la prestigiosa Academia Repin, de Leningrado, adonde acudió después de haberse graduado primero de Pintura en la José Joaquín Tejada, de Santiago de Cuba, su ciudad natal, y de haber terminado Escultura en la Escuela Nacional de Arte (ENA), aunque sentía que le faltaban herramientas y conocimientos para realizar monumentos: su gran sueño. Por eso aceptó gustoso la beca.

«Si logras educar la fiera —le siguió aconsejando su admirado profesor— serás un gran artista, de lo contrario no lo conseguirás». Y todo parece indicar que Lescay pudo domar perfectamente la bestia, porque sigue siendo uno de los grandes, 50 años después de haber plasmado su firma en aquel que considera su primer cuadro «oficial», en 1968, justo el año en que egresó de la Academia de Artes Plásticas José Joaquín Tejada.

Convertido ya en Maestro en Arte por la Academia de Escultura, Arquitectura, Pintura y Gráfica Repin, lejos de lo que muchos pensaban, el hijo ilustre de Santiago de Cuba decidió ir al rencuentro con su tierra. «Incluso antes de regresar de la antigua URSS, me las agenciaba para venir a Cuba para recorrer el país. Mi tesis, por ejemplo, fue un monumento al Che, y lo tomé como justificación para poder pasar tres meses por aquí.

«En ese momento tenía lo que necesitaba, pero quería venir a buscar mi nido, mi asidero para cuando volviera graduado. Me moví por toda Cuba: a la Isla de la Juventud que no la conocía, al igual que a Pinar del Río, a Matanzas..., la Isla completa, porque necesitaba tocarla con mis manos. Sin embargo, la cuenta me daba Santiago una y otra vez.

«Desde que llegué empecé a trabajar en la academia como profesor de Escultura monumental. Ocurrió que existía un proyecto con el cual yo mismo estuve muy vinculado en la primera etapa de mi vida, el taller cultural: un hervidero creativo de jóvenes inquietos. Su creador, Quintín Pino Machado, interpretó muy bien la herencia de la Columna Juvenil de Escritores y Artistas de Oriente, entre cuyos fundadores me encontraba aun siendo estudiante en la Academia de Santiago, en 1966. Este fue un movimiento precursor de lo que luego sería la Brigada Hermanos Saíz y que se materializó en la Asociación (AHS).

«Cuando se creó el Ministerio de Cultura, Armando Hart necesitó a Quintín Pino en La Habana y él le entregó al movimiento la infraestructura de su oficina. Yo arribé a Santiago en ese mismo instante, y empecé a trabajar allí, y además en la academia. Durante diez años fui presidente de la Brigada; en esa circunstancia desarrollé mi primera etapa creativa. Una excelente preparación que me vino muy bien para cuando se convocó el concurso para realizar el monumento al General Antonio Maceo (1982). Decidí preparar un equipo interdisciplinario muy sólido porque quería ganar. Sin dudas, mi primera obra importante, de relevancia, fue la Plaza Antonio Maceo, que significó una nueva escuela».

—¿Qué ocurrió con el proyecto de tesis?

—Lo traje. Se convirtió en mi primer monumento emplazado en Cuba. No tenía dinero para la transportación, pero acudí a los amigos y exploté las relaciones públicas (sonríe). Le saqué una foto al Che y me aparecí en el puerto con aquel guacal enorme. Desde los grueros hasta el capitán del barco se enteraron de que llevaba un monumento al Che, y lo montaron sin cobrarme un centavo.

«Esa obra está fundida en bronce y emplazada en el hospital que lleva el nombre del Guerrillero Heroico en Las Tunas. Cuando regresé, Rita Longa, que era mi norte, una artista a quien quería mucho, andaba impulsando el movimiento escultórico en esa ciudad y me inserté en dicho programa con esta pieza. El original lo doné al museo Bacardí».

—Siempre tuvo el sueño de erigir el monumento a Mariana, pero no sé si el que ahora se halla en el cementerio patrimonial Santa Ifigenia es el proyecto del cual le había hablado a JR...

—Tiene una lógica tremenda lo que preguntas. Es cierto: estábamos trabajando (y lo digo en plural porque sabes que me gusta hacerlo en equipo) para este Memorial a Mariana Grajales que íbamos a ubicar en una zona muy cercana a la plaza Antonio Maceo. Luego se decidió realizar una transformación fundamental en Santa Ifigenia: ordenar jerárquicamente, por decirlo de algún modo, los más altos próceres de la nación. Dentro de ese proyecto en el que, por supuesto, estaban Fidel y Céspedes, se incorporó a Mariana, que se declararía Madre de la Patria por reclamo del pueblo.

«Se me pidió una solución para colocar un monumento a Mariana muy próximo al de Céspedes, este último confeccionado de mármol de Carrara y con alrededor de nueve metros de altura. Sin embargo, mi creación era un retrato escultórico, un busto, de modo que se hacía muy evidente la desproporción que existía entre los dos.

«Como desde antes en nuestro proyecto se había estudiado el tema del tratamiento del monumento a Mariana a partir de la ceiba, se me ocurrió proponer esta idea. Entonces se aprobó diseñar para el camposanto el tronco de este árbol, tan significativo en la cultura cubana, para luego, en el memorial, sumar las ramas. Es decir, la base del árbol está en el cementerio, que después se ramifica con sus hijos y con todos nosotros en un gran bosque que también expresará nuestra voluntad de cuidar la naturaleza. La Madre Patria estará asociada a la Madre Tierra... Este otro proyecto todavía está en proceso de trabajo».

—En el Memorial José Martí se exhibe la exposición Viaje perpetuo, por estos intensos 50 años dedicados al arte...

—Primero debo decir que me siento honrado con esta invitación para exponer en ese templo. La verdad es que no había meditado acerca de todo este tiempo transcurrido. Fue uno de mis hijos, el más chiquito, quien me dio un codazo y me dijo: «Oye, papá, estás cumpliendo 50 años de vida profesional…», y casi me sorprendió con el aviso.

«Efectivamente, el primer cuadro que tomo como válido por su propuesta y que aún se conserva tiene como fecha 1968, año en que también salió publicada una crítica muy dura sobre mi trabajo, que creo dio lugar a esta obra.

«El cuadro, sobre una carga al machete, posee dos metros por 1,80. Recuerdo que quería pintar uno bien grande y tuve que sacar el carro de mi papá del garaje, porque entonces no contaba con un estudio y mi cuarto era chiquito. Conseguí unos sacos de harina y mi mamá, que es costurera, me los cosió para poder alcanzar el tamaño que quería. Yo armé el bastidor con mis propias manos, reparé el lienzo con engrudo de harina y sobre él pinté con un material que nunca más he visto: una pintura japonesa que creo se nombraba sakura, la cual se podía usar lo mismo con material graso que con agua.

«Antes de organizar la exposición también me sucedió que visité Baracoa invitado por un artista conceptualista neoyorquino, quien había preparado una exposición en una cueva. En una ocasión en que fuimos a almorzar a un restaurante llamado Yumurí, se interesó por el significado de dicha palabra. Le expliqué que provenía de una leyenda: desde esa montaña se tiraban los indios para evitar ser atrapados por los conquistadores, le comenté, y mientras le hablaba me conecté muy fuertemente con mi abuelo, de modo que ya estaba metido en este asunto cuando surgió la posibilidad de montar la expo.

«Me di cuenta de que, a pesar de que soy un eterno aprendiz, creo que en estos 50 años en realidad he estado intentando pintar a mi abuelo, esculpirlo. Fíjate que con siete años me fui a vivir con mi abuela en el campo y una vez le pregunté qué eran aquellos machetes que se hallaban en la esquina del cuarto. “Son de tu abuelo Jaime”, y me contó. Desde entonces soy el dueño de esos machetes y empecé a admirar enormemente a ese hombre que no conocí.

«Por eso me enamoré de Maceo, de Mariana, de la Historia de Cuba. He descubierto que cuando hice el monumento a Maceo, el Monumento al Cimarrón, a Mariana, etc., lo que ha ocurrido es que mi abuelo siempre ha estado dentro de mí, y yo, sin darme cuenta, he tratado de revelarlo. De ahí el título de Viaje perpetuo, que también se conecta con Fidel.

«Yo me encontraba en la plaza Antonio Maceo el día en que Raúl leyó aquel documento en un momento tan duro para Cuba, estaba cerca cuando el General de Ejército nos informó que Fidel no quería ningún monumento... Y yo llevaba más de 15 años trabajando en ese proyecto.

Sin embargo, mi Comandante no quiso y ello era suficiente. Fue la última galleta que Fidel les dio a sus enemigos, una última lección de modestia. Y nuevamente sentía la presencia de mi abuelo Jaime Merencio y de Fidel, quien ha sido el mambí más grande que hemos tenido, el cimarrón triunfador. Ese legado merece tener continuidad en nosotros, en nuestros hijos y nietos.

«Viaje perpetuo es una exposición poco común, porque posee además cierto toque didáctico, aprovechando que ese espacio, el Memorial, es muy visitado por niños y jóvenes. Así, junto a la maqueta de El monumento prohibido, dedicado a Fidel, aparece, por ejemplo, el primer retrato escultórico (creo que el único que existe) hecho a Pedro Sarría Tartabull, uno de esos hombres que han sido un poquito olvidados, que libró a Fidel de la muerte cuando fue sorprendido por los guardias de Batista. Aquel “las ideas no se matan”, lo salvó.

«Pues bien, ese retrato escultórico fue colocado en el Moncada, en saludo al aniversario 60 del asalto, por iniciativa de Fidel, Raúl, Almeida.

Es el único busto que se halla en el antiguo cuartel junto al de Martí. Por cierto, otro honor que también me tocó... Como ves, en estos 50 años ha sido y será perpetuo este camino de seguir intentando pintar y esculpir a mi abuelo mambí, que se traduce en pintar y esculpir a mi país, a mi Patria».

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