Por Cary Franco Vega
A 46 años del asesinato de Ernesto Guevarra, el Guerrillero Heróico, es símbolo que continúa animando la rebeldía y da vida a la esperanza.
“Para la libertad sangro, lucho pervivo” . Este verso que inicia uno de los memorables poemas del escritor español Miguel Hernández definen muy bien el sentido que dio a su vida Ernesto “Che” Guevara uno de los hombres más legendarios del siglo 20.
Pertenezco a una de las primeras generaciones de cubanos que comenzamos a crecer con la expresión “Seremos como el Che”. Y no fue esta una simple frase, al menos para la mayoría, de ello doy fe. La escuela, los padres y la sociedad, se encargaron de que aprendiéremos los relatos y las hazañas del heroico guerrillero, nacido en la ciudad de Rosario en Argentina, y desde entonces el hombre se fue convirtiendo en inmortal.
No hay dudas que recitar en matutinos y actos públicos poemas como el de Mirta Aguierre, “Canción antigua al Che Guevara”, o “Ché Comandante”, de nuestro poeta nacional Nicolás Guillén, nos afirmaba la idea de su estatura moral y su permanencia entre nosotros. Lo mismo sucedía cuando cantábamos a coro “aquí se queda la clara la entrañable transparencia de tu querida presencia comandante Che Guevara”, canción “Hasta siempre” del trovador Carlos Puebla, que confieso aún hoy me conmueve.
Para descubrir el hombre detrás de mitos convincentes fueron los testimonios gráficos donde el Che
aparecía con mocha en medio de un cañaveral, al timón de un tractor en un campo de caña, estibando sacos en un almacén, o con sus manos llenas de cemento colocando bloques en una construcción. Imágenes que hablaban por si mismas de la modestia de un hombre, que después del triunfo revolucionario de Enero de 1959 no se limitó a cumplir las funciones de gobierno que se les encomendaron.
Y como si no bastara allí estaba Che, aquel 23 de noviembre de 1959 haciendo realidad el primer llamado a realizar jornadas de trabajo voluntario, (labor que según sus consideraciones se realizaban fuera de las horas normales de trabajo sin percibir remuneración económica adicional). Mostraba su capacidad de entrega y con su modesto ejemplo lo que había que hacer para avanzar la sociedad hacia el futuro.
En algunas fotos, le vimos junto a sus 5 hijos. Hoy desde mi experiencia familiar, imagino cuan difícil debe haber sido para el Che, como esposo y más aún como padre prescindir por temporadas de la compañía de su mujer Aleida y de la cercanía de sus niños, Hilda, Aleidita, Camilo, Celia y Ernesto, y de no poder estar presente día a día en el crecimientos de sus pequeños. Es obvio que su intenso quehacer debió imponer limitaciones en cuanto a su presencia física.
Porque aquí dejó “lo más querido entre mis seres queridos”, así lo escribió en la carta de despedida que dirigiera al Comandante Fidel Castro, y que el líder de la Revolución Cubana hizo pública el 3 de octubre de 1965.
Existen abundantes fotografías suyas pero hay una muy especial, esa que aún hoy recorre el mundo y que fue tomada por el cubano Alberto Korda, durante el acto despedida del duelo de las víctimas del sabotaje al barco francés La Coubre el 5 de Marzo de 1960. Su expresión serena, visionaria lo descubre hombre y a la vez lo eterniza icono.
Siempre supe que el 8 de octubre de 1967 había sido herido en combate en la Quebrada del Yuro y el 9 de octubre asesinado en el pueblo de Higuera, en Bolivia. No tuvimos su cadáver, no hubo entonces funeral. Lo disimularon bajo tierra, lo escondieron y no se supo en que bosques o páramos, bajo que tierra pretendieron hacerlo silencio.
Pero su luz no fue menos alta y lo dimensionamos como hombre inmortal e imperecedero. Quisimos y alimentamos la leyenda, el mito y porque no, lo imaginábamos vivo, bajo la más inverosímil apariencia luchando por la libertad de un pueblecito cualquiera perdido en la geografía continental.
Mientras que en La Higuera nació San Ernesto, los pobres de la tierra, esos por los que echó su suerte, esperan tal vez que le conceda el milagro, una vida nueva. En la escuelita, donde permaneció prisionero antes de que le asesinaran, desde entonces nunca faltan flores y velas. Esos lugares se han convertido en místicos santuarios.
En 1997, el 28 de Junio llegó la información, me cuento entre los que la noticia de que un grupo de expertos cubanos y argentinos descubrieran una fosa común en Valle Grande, Bolivia con sus restos y los de otros guerrilleros, nos enfrentó por primera vez a la certeza: allí estaban sus huesos, el hombre real había muerto. Pero el símbolo continuaba animando la rebeldía y daba vida a la esperanza.
Luego se recibieron los restos mortales que el 17 de octubre de 1997 fueron trasladados a un monumento en la Plaza que lleva su nombre “Ernesto Che Guevara”, en la ciudad de Santa Clara donde descansan actualmente.
Hasta allí llegué una mañana del 2003. En el monumento está prendida la luz de la llama siempre eterna. Le acompañan casi todos sus compañeros de la guerrilla boliviana.
Parece que guardan filas, están en la misma posición que lo dispuso en campaña: ofensiva, vanguardia, retaguardia. Y aquí se avivó el recuerdo y como uno de esos milagros creí escuchar: "firme la voz que ordena sin mandar, que manda compañera, ordena amiga, tierna y dura, de jefe camarada"
Ante su rostro a relieve dejé un ramillete de mariposas, lo traje del indómito oriente, porque es flor que brotó desde siempre para guardar secretos libertarios y se que puso aroma a sus tenaces pasos por ríos rebeldes en la Sierra Madre.
Y allí te invoque: “Che, Comandante amigo”, de tu carne talada crecen nuevos brazos y nuevas piernas, porque “como árbol talado, retoñas, aún tienes la vida.