El caso es que por mi gata tuve conocimiento de todos los
servicios con los que puedo contar para tener una mascota más saludablePor Coral Vázquez Peña
Santiago
de Cuba, 21 feb.— Hace unos días mi gata se perdió, sin pretender ser
una persona elitista o esnobista, afirmo que fue como perder un ser
querido.
No exagero. Quizás no se le tenga a los animales afectivos el mismo
cariño que se le puede tener a un hijo o a una madre. Pero sin dudas,
ellos aportan una alegría insustituible a un hogar, incondicional e
inocente cual si fuesen niños pequeños. En ese sentido, perderlos es
extrañar sus hábitos: las veces que se cuelan en nuestras camas y nos
roban el sueño, las medias rotas, los recibimientos en las mañanas y
cuando llegamos de la calle…, en fin, es perder parte de nuestra
cotidianidad, y eso duele.
Era una gata común, de esas que botan
los irresponsables en cualquier parte de la ciudad que tenía una salud
envidiable. Por eso, salvo una que otra pulga y curarle las quemaduras
que tenía cuando me la regalaron, nunca había tenido la necesidad de
acudir al veterinario. A duras penas conocía la existencia de los
servicios veterinarios en la ciudad de Santiago de Cuba.
Esta
visita me hizo percatarme de la poca cultura que poseemos los
santiagueros, y cubanos quizás, en torno al cuidado de los animales
domésticos, específicamente, de las mascotas hogareñas.
Las
clínicas veterinarias comprenden una serie de servicios que van desde
simples consultas, hasta la vacunación de los animales contra
enfermedades comunes de cada especie, tanto afecciones víricas y
bacterianas como parásitos externos e intestinales, la esterilización e
incluso, de ser necesario, el sacrificio.
Yo que convencida
estaba de encontrar un servicio casi primitivo, me sorprendí primero
cuando la veterinaria luego de constatar el estado de salud de mi
mascota, se dispuso a charlar conmigo tratando de tranquilizarme y de
que no llorara, pues mi estado emocional le podía ser transmitido a la
gata, y en ese caso sufriría más. Luego me tranquilizó explicándome cómo
se llevaría a cabo el procedimiento para curarle las lesiones que tenía
por haber estado en contacto directo con combustible, evitando que el
animalito sufriera.
En medio de esa conversación, me comentó
sobre la poca cultura que existe en la población cubana en el cuidado de
los animales afectivos, el peligro que representan aquellos que tras
ser abandonados en las calles contribuyen a la propagación de
enfermedades como la sarna, las garrapatas y la rabia.
También
me relató como algunas personas en su afán de mantener algunos animales
en sus hogares, dedicándoles un mínimo de tiempo, prefieren aplicarle
remedios caseros para el tratamiento de los parásitos y como le
ocasionan daños irreparables en no pocas ocasiones, en vez de mantener
anualmente los ciclos de vacunación recomendados y los chequeos
periódicos.
El país se encuentra atareado en numerosas campañas
de bien público, se advierte la necesidad de mantener adecuados hábitos
higiénicos en la prevención de enfermedades pero olvidan ese segmento
importante que habitan en las ciudades.
Durante siglos, en ese
afán humano de simplificarse la vida y de servirse de una compañía
incondicional, los animales fueron arrancados de su estado salvaje y
llevados a nuestros hogares. Ahora, dependen de nosotros y no solamente
para comer, también para mantener calidad de vida.
Entonces, es
nuestra responsabilidad y obligación retribuirle una parte de todos los
beneficios que durante siglos nos han brindado, pues a la larga, su
salud repercute directamente en la nuestra salud física y emocional.