Por Dayron Chang Arranz
Santiago de Cuba, 12 feb.— Una ceiba
sembrada en la antigua Capitanía del puerto santiaguero fue el primer
sitio que acogió aquel primero de marzo de 1874 al Padre de la Patria.
Atrás quedaba la goleta Santiago, única vía de comunicación con
Aserradero, navío en el cual se transportó de madrugada rodeado de
gallinas y sacos de carbón el espíritu independentista de la nación.
Las calles de Padre Pico verían pasar al héroe como trofeo del Batallón de San Quintín rumbo al Hospital Civil La Caridad. Desde allí fue trasladado a la Casa de la Intendencia donde en una mesa rústica de pino se expuso al público el cadáver atropellado, aún con las heridas y moretones que le produjo la caída por los farallones de la finca.
En aquel entonces Céspedes no tuvo más cortejo fúnebre que el carretón llamado La Lola con el cual llegó a los recintos más apartados y pobres de la necrópolis santiaguera.
Según cuenta Martha Hernández Cobas, Especialista del Cementerio Santa Ifigenia que ha dedicado toda una vida al estudio de los héroes sepultados en este museo a cielo abierto, cuando llega el carretón ya se habían reservados la fosa uno y dos en la hilera uno del patio G para hacer el entierro de Carlos Manuel de Céspedes. En el sitio aún queda testimonio del hecho con una piedra de granito que señaliza los cuatro años que allí estuvo el cuerpo del prócer.
Transcurrirían cinco años para que la luz de un quinqué alumbrara aquella escena fúnebre, perdida entre innumerables tumbas y sin señalización alguna.
Solo unos pocos comprometidos con las causas de las guerras independentistas entre ellos el sepulturero Lencho, conocían del lugar debido a un juramento de protección que fuera renovado en 1879.
Ese año, en medio de la noche del 25 de marzo se exhumaron por primera vez los restos del criollo bayamés y con extrema cautela fueron trasladados por los pasillos del cementerio, hasta llegar al patio B el más antiguo de la necrópolis.
En
esa zona se realizó el segundo enterramiento de Céspedes hasta que el
siete de diciembre de 1910 es que se trasladan sus restos hasta el
mausoleo que hoy ocupa. Explica Marcia Vergues Álvarez, Guía Museológica
del Cementerio que en horas de la tarde se realiza una gran
peregrinación donde participó todo el pueblo, masones, diversas
personalidades e inclusive revelan algunos documentos que también
estuvieron familiares del luchador.
Pasarían 36 años de oprobiosa omisión hasta que el Padre encontró su definitiva morada. Una travesía que no por humillante dejó de hacerle inmenso ante los ojos de sus conciudadanos.
El descendiente del patriota, Monseñor Carlos Manuel de Céspedes antes de su fallecimiento, en declaraciones a la prensa santiaguera confirmó que pensaba muchas veces en aquellos sucesos y alegó: “Pienso lo que pudo haber significado otra actitud con él en cuanto a la unión de los cubanos, pero pienso que eso mismo lo engrandeció aún más.”
La Patria eternamente agradecida hoy observa con laureles al Padre que dio carácter cubano a una causa independentista de más de dos siglos. Céspedes observa a su isla desde el mármol que eterniza su recuerdo.
Las calles de Padre Pico verían pasar al héroe como trofeo del Batallón de San Quintín rumbo al Hospital Civil La Caridad. Desde allí fue trasladado a la Casa de la Intendencia donde en una mesa rústica de pino se expuso al público el cadáver atropellado, aún con las heridas y moretones que le produjo la caída por los farallones de la finca.
En aquel entonces Céspedes no tuvo más cortejo fúnebre que el carretón llamado La Lola con el cual llegó a los recintos más apartados y pobres de la necrópolis santiaguera.
Según cuenta Martha Hernández Cobas, Especialista del Cementerio Santa Ifigenia que ha dedicado toda una vida al estudio de los héroes sepultados en este museo a cielo abierto, cuando llega el carretón ya se habían reservados la fosa uno y dos en la hilera uno del patio G para hacer el entierro de Carlos Manuel de Céspedes. En el sitio aún queda testimonio del hecho con una piedra de granito que señaliza los cuatro años que allí estuvo el cuerpo del prócer.
Transcurrirían cinco años para que la luz de un quinqué alumbrara aquella escena fúnebre, perdida entre innumerables tumbas y sin señalización alguna.
Solo unos pocos comprometidos con las causas de las guerras independentistas entre ellos el sepulturero Lencho, conocían del lugar debido a un juramento de protección que fuera renovado en 1879.
Ese año, en medio de la noche del 25 de marzo se exhumaron por primera vez los restos del criollo bayamés y con extrema cautela fueron trasladados por los pasillos del cementerio, hasta llegar al patio B el más antiguo de la necrópolis.
Pasarían 36 años de oprobiosa omisión hasta que el Padre encontró su definitiva morada. Una travesía que no por humillante dejó de hacerle inmenso ante los ojos de sus conciudadanos.
El descendiente del patriota, Monseñor Carlos Manuel de Céspedes antes de su fallecimiento, en declaraciones a la prensa santiaguera confirmó que pensaba muchas veces en aquellos sucesos y alegó: “Pienso lo que pudo haber significado otra actitud con él en cuanto a la unión de los cubanos, pero pienso que eso mismo lo engrandeció aún más.”
La Patria eternamente agradecida hoy observa con laureles al Padre que dio carácter cubano a una causa independentista de más de dos siglos. Céspedes observa a su isla desde el mármol que eterniza su recuerdo.