Santiago de Cuba, 14 oct.— Decía José Martí que el “arte es la naturaleza creada por el hombre, no es más que una idealización de la realidad por parte de sus creadores”. Entonces Santiago, como paisaje cultural, es una galería mixta desde sus formatos y expresiones, de ese “arte construido”.
Ya vivimos el aniversario 501 de la
fundación de la villa y es esta una ciudad que se regenera, se levanta y
corre por nuevos discursos. El próximo 8 de diciembre, el Taller
Cultural “Luis Díaz Oduardo”, cumplirá 41 años. Esta instalación, es una
de las responsables de que hoy Santiago exhiba un patrimonio mural de
más de ochenta frescos.
Por otro lado, el Taller de Fundición Artística de la Fundación Caguayo con sus treinta años de experiencia, le sabe los secretos y dejó sudores en el mayor número de esculturas monumentales que hoy reclaman la curiosidad estética de los santiagueros y visitantes.
Eventos como el Simposio de Escultura “René Valdés Cedeño” y el trabajo que realiza la Fundación desde cada una de sus estructuras, revitaliza el arte monumental en Cuba; un trabajo que sólo pueden hacer con fundamento los llamados “obreros-artistas”, al decir de Alberto Lescay Merencio.
Santiago es un invaluable entramado cultural ya sea a cielo abierto o desde la protección de las instituciones vinculadas a la cultura. En el museo más antiguo de Cuba, el Emilio Bacardí Moreau, parafraseando al apóstol: “se puede sentir la carne, se ha de palpar el nervio en el ademán del movimiento”, en cada uno de sus obras pictóricas, esculturas y objetos patrimoniales guardadas en sus salas expositivas.
Esta ciudad, es una región privilegiada en la historia, las artes plásticas, la música y la artesanía, esta última merece un diálogo. Pues aquí viven hacedores que hacen de la necesidad de la luz para la vida, una legítima obra de arte.
La farolería y los vitrales en esta parte del país se distinguen del resto de las creaciones en el país, por la fortaleza y el acabado, de sus creadores. En hoteles, hospitales, centros educacionales y laborales, plazas y parques se pueden encontrar piezas como los finos faroles de Sergio Dávila, el hombre que convoca a la plena tranquilidad a la hora de trabajar con el vidrio emplomado.
También se puede escribir, porque lo merece, del herrero Idalberto Rojas quien trabaja el vidrio, el hierro y los remaches para destacarse por sus faroles triangulares.
Existe fuerza, conceptualidad y belleza en el arte que definió Martí como “nada sencillo y altamente sublime”. Santiago se ofrece a un público consciente o no, como un soporte para la contemplación; su eclética arquitectura, la irregular topografía y sus íconos tangibles e intangibles, forman parte de ese producto “construido y permanente”.
A sus 501 años, esta villa se va redescubriendo en sus potencialidades y encuentra en lo artístico la mejor manera para defenderse de lo ordinario y seriado… “Entonces, sin dudas, el arte persigue un fin y sus obras son reflejos de épocas, clases sociales, costumbres y creencias”. Siempre acertado Martí, quien descansa en Santa Ifigenia no como letra inerte, más bien como fundamento que acompaña y justifica lo bien hecho y lo que educa desde el arte.
Por otro lado, el Taller de Fundición Artística de la Fundación Caguayo con sus treinta años de experiencia, le sabe los secretos y dejó sudores en el mayor número de esculturas monumentales que hoy reclaman la curiosidad estética de los santiagueros y visitantes.
Eventos como el Simposio de Escultura “René Valdés Cedeño” y el trabajo que realiza la Fundación desde cada una de sus estructuras, revitaliza el arte monumental en Cuba; un trabajo que sólo pueden hacer con fundamento los llamados “obreros-artistas”, al decir de Alberto Lescay Merencio.
Santiago es un invaluable entramado cultural ya sea a cielo abierto o desde la protección de las instituciones vinculadas a la cultura. En el museo más antiguo de Cuba, el Emilio Bacardí Moreau, parafraseando al apóstol: “se puede sentir la carne, se ha de palpar el nervio en el ademán del movimiento”, en cada uno de sus obras pictóricas, esculturas y objetos patrimoniales guardadas en sus salas expositivas.
Esta ciudad, es una región privilegiada en la historia, las artes plásticas, la música y la artesanía, esta última merece un diálogo. Pues aquí viven hacedores que hacen de la necesidad de la luz para la vida, una legítima obra de arte.
La farolería y los vitrales en esta parte del país se distinguen del resto de las creaciones en el país, por la fortaleza y el acabado, de sus creadores. En hoteles, hospitales, centros educacionales y laborales, plazas y parques se pueden encontrar piezas como los finos faroles de Sergio Dávila, el hombre que convoca a la plena tranquilidad a la hora de trabajar con el vidrio emplomado.
También se puede escribir, porque lo merece, del herrero Idalberto Rojas quien trabaja el vidrio, el hierro y los remaches para destacarse por sus faroles triangulares.
Existe fuerza, conceptualidad y belleza en el arte que definió Martí como “nada sencillo y altamente sublime”. Santiago se ofrece a un público consciente o no, como un soporte para la contemplación; su eclética arquitectura, la irregular topografía y sus íconos tangibles e intangibles, forman parte de ese producto “construido y permanente”.
A sus 501 años, esta villa se va redescubriendo en sus potencialidades y encuentra en lo artístico la mejor manera para defenderse de lo ordinario y seriado… “Entonces, sin dudas, el arte persigue un fin y sus obras son reflejos de épocas, clases sociales, costumbres y creencias”. Siempre acertado Martí, quien descansa en Santa Ifigenia no como letra inerte, más bien como fundamento que acompaña y justifica lo bien hecho y lo que educa desde el arte.
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