La
distinción Maestro de Juventudes de la Asociación Hermanos Saiz fue
otorgada a la Doctora Olga Portuondo, historiadora de la ciudad de
Santiago y Premio Nacional de Ciencias Sociales.
Por Dayron Chang Arrznz
Santiago de Cuba, 15 dic.— Algún
descubrimiento inesperado nos sorprende siempre en casa de Olga
Portuondo. Nuestra más reciente visita nos acercó a un estudio por
publicar sobre la participación de Cuba en los procesos anexionistas
perpetrados en República Dominicana. Es una vida consagrada a la
investigación historiográfica que siempre consigue tiempo para compartir
enseñanzas.
La juventud necesita de ejemplos cercanos que les
permitan saber que solo con el esfuerzo diario se conquista el respeto
de su comunidad, así afirma la educadora que se desempeña entre otras
funciones como Historiadora de la ciudad. “Cada joven debe estar
consciente de que la vida no es fácil, hay trabajos azarosos, pero al
final tendrán una recompensa entre sus condiscípulos, o personas que le
rodean”
Para lograr tal meta, la acuciosa profesora de la
Universidad de Oriente sostiene que la juventud, entre otras cosas,
“necesita recibir una historia con mucha más pasión.” Al final la
responsabilidad, reafirma de manera autocritica, es de
los
profesores. “Somos nosotros quienes formamos a las nuevas generaciones y
es por ello que debemos ganar en profundidad y conocimiento para
transmitir los hechos con un matiz analítico”
Olga concibe la
historia como una asignatura que implica el sentimiento de patria. Solo
desde esa perspectiva puede transmitirse. “No podemos ir por el mundo
sin una identidad y esa corresponde a todo lo que constituye nuestra
cultura”
Igualmente siente que cuando se va por el mundo además
de ser cubano “se es santiaguero, camagüeyano, habanero; eso es un sello
que forma parte de la personalidad. En el plano intelectual dicha
diversidad es significativa pues sustenta la riqueza de nuestra cultura.
Ese sentido patriótico y de unidad comienza en las regiones y en las
memorias de cada una de esas regiones”
Destellos de juventud
En
esas conversaciones donde se hilvanan épocas distantes, supe por azar
que la Premio Nacional de Ciencias Sociales conoció en su etapa de
adolescente a Frank País. Para contármelo me guía fuera de su estudio
ahogado en libros con la intención de mostrarme desde el portal de la
casa, el sitio cercano que visitaba el líder clandestino y en el cual se
reunía con algunos amigos para planear la Revolución.
Me bastó
como periodista ese instante de evocación para extraerle esos destellos
de juventud que a veces la investigadora prefiere no recordar. Considera
“fue una época compleja y hasta traumática”.
Olga vivió los
entusiasmos pero también los sobresaltos de aquel levantamiento armado
de Santiago de Cuba el 30 de noviembre de 1956. “Salía de la escuela,
era aún pequeña y no imaginaba qué podía representar todo lo sucedido.
Solo sé que eran situaciones convulsas y estresantes. Vivo aún muy cerca
del otrora Cuartel Moncada. Escuchar los tiros el 26 de julio de 1953
también cambiaron mi existencia”
Aquellos escenarios bien
pudieran ser descritos por cualquier joven de mi generación, considera
la historiadora. Pero de todo ello algo aún le sobrecoge el espíritu. El
asesinato el 27 de junio de 1957 del líder clandestino Omar Giro. Olga
tenía solo 11 años cuando vio desangrarse a aquel mártir.
La
historiadora me saca de la casa como si no le bastara contarlo desde su
portal. Se apoya en mi juventud para atravesar la calle. Pareciera
superar la frustración o la impotencia adolescente de quien no pudo
ejecutar nada ante la masacre cometida por el ejército batistiano.
Con
todo grado de exactitud dibuja la escena: la persecución del chivato y
los esbirros, los tiros, el grito benefactor de una mujer valiente desde
su balcón, el lugar preciso de la caída, el alboroto posterior de la
guardia. La Portuondo confiesa haber vivido algunos años con aquel
trauma infantil ya descartado, pero su mirada fija al piso, revela una
huella que le marca. “Hoy es una experiencia que evoco para motivar en
los jóvenes el sentido de identidad hacia los suyos,” reafirma la
escritora de incontables libros sobre la cultura popular cubana.
Una
carcajada, casi intima, reservada para aquellos que hurgan en el lado
más humano de la autora responde a la pregunta de este periodista
interesado en imaginar otros matices de la juventud de Olga Portuondo.
La respuesta sorprende, y transita desde la picardía hasta el
compromiso.
“De joven hice lo que todo joven le tocaba hacer en
ese momento. Una de las que me siento orgullosa es haber comenzado a
impartir docencia en la Universidad por una necesidad de la revolución.
Aún no me había graduado”.
Comienza entonces la mujer sobria y
reservada a imaginar sus días de trabajo voluntario, defensa,
carnavales; sus años de estudios hasta las madrugadas y hasta los temas
musicales que movieron su juventud.
Recorrer cada rincón de su
casa es casi recorrer su vida. Conocer de sus viajes, amigos, presenciar
entre cuadros, dedicatorias, fotos y diplomas sus recuerdos.
Innumerables premios, o libros validan su hacer durante más de 50 años
como profesora de la Universidad de Oriente.
La historiadora
considera que para privilegio personal algunos estudiantes “se han
llevado un pedacito de mi existencia y conocimiento. Eso me ha permitido
conocer y formar a muchos jóvenes. Yo diría que la mayoría me han
enseñado mucho más a mí,” expresa Olga con la modestia de quien recibe
hoy el premio Maestro de Juventudes.