Santiago de Cuba, 16 may.— Mi abuela materna llamada Hemerencia fue una mujer de campo, nació en una sábana cerca del lugar por donde pasaron con el cadáver de Martí en su ruta funeraria, por ello le nombraban "El descanso", una zona de la demarcación de Palma Soriano, municipio de Santiago de Cuba, ella conocía de esas y otras historias que siempre nos comentaba con un halo de protagonista y nos enseñaba las poesías de Martí y los sucesos que el encabezó, luego nos dimos cuenta que eran verdaderas clases de historias domésticas.
Ella sin embargo con mucha tristeza y los ojos casi siempre húmedos nos contaba de manera muy especial la precaria vida de su familia campesina antes del triunfo de la Revolución, de cómo los guardias rurales sacaron a planazos de un bohío vara en tierra a su hermano Gregorio, del llanto oculto de su madre cada noche vaticinando los días grises que se avecinaban en cada una de las interminables jornadas de recogidas de café con un plato de harina con frijoles negritos, de sol a sol.
Con respeto y admiración nos hablaba de Aurelio, su padre Yeyo, un hombre rudo que según decía usaba alpargatas como zapatos y subía y bajaba lomas con un arria de mulos llevando como provisión por las sierras una botella de agua y un pomo de café, de sus quejas por el pago mísero que casi siempre concluían con su sombrero desecho por la furia y de las ansias de aquel señor porque los montes se llenaran de rebeldes asegurando que se le uniría al instante y ante aquel augurio los rezos de su madre de rodillas y con cara de susto abrazándolos a toda aquella prole que formaron y sumaron 7 hijos.
Los ojos de mi abuela parecían brillar cuando les pedíamos mis hermanas, mis primos y yo que nos contara sobre el día que hirvieron boniatos a escondidas para los rebeldes que aparecían en cualquier lugar del campo con sus barbas largas, brazaletes y collares de lipilipi. De cuando Yeyo cumplió su promesa y estrechándolos a todos prometió volver para poder vivir como "gentes", aseguró y volvió con melena larga, botas y afirmando que no trabajaría más para nadie y que ellos iban de cabeza a estudiar.
Sin saber exactamente de que nos hablaba hasta que fuimos mayores supimos de la ley que dio propiedad de la tierra a los campesinos que se firmó apenas triunfó la Revolución un 17 de Mayo y de como su padrino Julio Ortega, que así se llamaba el hombre, cogió una borrachera de aguardiente de caña y cantaba por todas las guardarrayas del Descanso guitarra en mano:
"Aquí están los campesinos, poniéndole luz al campo, dueño de los cafetales, de los ríos y sembrados, aquí están los campesinos haciendo Revolución y junto a Fidel seguimos que le ronca su calzón".
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