Santiago de Cuba, 16 may.— A Martí lo conocieron muchos pero testimonio audiovisual solo existe el de Salustiano Leyva, el campesino guantanamero que tenía 11 años cuando su madre le dio cobija al Héroe durante 3 horas de la madrugada, después de su desembarco con Gómez por Playitas de Cajobabo. Salustiano, a sus 92 años describió al Apóstol ante Fidel como un “hombrecito blanquito, de ojocitos negros, lampiñito”.
Retratos y testimonios, muestran la figura del “más universal de todos los cubanos”, como un criollo común. Pelo encrespado, frente ancha, estatura mediana y cuerpo delgado, eso sí, vestido siempre de negro en señal de luto por Cuba. Pasaba desapercibido aún con su paso veloz y a grandes sancos, su subir las escaleras de dos en dos. Solo cuando comenzaba un diálogo o subía a un estrado, era imposible olvidarle.
Su voz quedó grabada en un cilindro de cera, cuando se estrenaba el invento de Edison, pero nunca se ha encontrado. Dicen que era de barítono atenorado, cálida y emotiva, pero sobre todo, dejaba ver su memoria prodigiosa y ágil, su dicción clara, despojada de vulgaridad, su torrente de ideas.
Algunos extrañaban sonrisas en su rostro que mostraran los dientes separados y grandes, ocultos tras el discreto bigote. Pero ni para los autorretratos sonríe. Ellos dejan ver sus estudios en la Academia de San Alejandro y hasta su minuciosidad como en este de apenas dos centímetros. Quizás le pesaba mucho la pena.
Escribía, tocaba el piano, degustaba la música, la danza, y ejercitaba 8 idiomas. Quizás en la cultura hallaba su libertad.
Martí conoció el amor con Carmen Zayas Bazán y les nació Francisco. Ella no soportó la pobreza y solo no le pudo arrancar el amor a la Patria y al hijo. Quizás Martí amó en secreto a otra Carmen, quizás ella le dio otra hija: María Mantilla.
Un Martí de 18 metros es la base del monumento que desde la Plaza de la Revolución marca como un símbolo el punto más alto de la capital cubana que lo vio nacer. Donde descansan sus cenizas en el Cementerio Patrimonial Santa Ifigenia, en la mayor obra funeraria del país, también se recuerda gigante.
Pero la grandeza de la personalidad más estudiada y recreada por el arte en Cuba se descubre mejor con esa idea suya de que “para ser grande, basta con intentar lo grande” (1). Su grandeza empujó a la guerra necesaria, contra la dominación norteamericana y aún mueve valores en los cubanos.
Pareciera profeta cuando dijo que “la grandeza consciente es medrosa y rehúye la batalla pública por el decoro artístico que es compañero natural de los hombres verdaderamente grandes, pero esa es la grandeza fundadora que viene después de los caracteres de ímpetu, como la hermosura y el esplendor de la tierra, que es toda luz y dicha y huele a cimiente cuando acaba de pasar el huracán”. (2)
1. Fragmento del discurso en el Club del Comercio, Caracas, 21 de marzo de 1881. Tomo 7 de las Obras Completas.
2. Tomado de “Courlandt Palmer”, La Nación, Buenos Aires, 9 de septiembre de 1888. Tomo 13, de las Obras Completas.
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