Por Adis López González
Santiago de Cuba, 6 oct.— La pista casi al alcance de su vista. Seawell se encontraba a sólo tres minutos. Con el tren de aterrizaje fuera y luego de cumplir todos los procedimientos para estos casos, el DC-8 y su valiosa carga humana intentaban sobrevivir al terror.
El DQ-650 volaría sobre el Cubana 455 para intentar ayudar.
Pero la segunda explosión echaba por tierra el esfuerzo del Capitán Wilfredo Pérez, el Copiloto Ángel Tomás Rodríguez y el Ingeniero de Vuelo.
El 6 de octubre de 1976 es un día inolvidable para todos los cubanos. Víctima del crimen y el terror, era explotado, en pleno vuelo, el DC-8 de Cubana de Aviación, en su vuelo 455, con una valiosa carga humana, entre la que se incluía el victorioso Equipo Juvenil de Esgrima.
Durante siete días, interminables filas de cubanos pasaron frente a ocho féretros recuperados. La edad promedio de los pasajeros a penas rebasaba los treinta años.
Las conmovedoras palabras del líder histórico de la Revolución cubana aún estremecen a más de una generación, que reconocen en el abominable crimen las rapaces intenciones de quienes se autotitulan defensores de los derechos humanos.
Varias décadas transcurrieron y aún no se hace justicia. Los cubanos jamás olvidaremos el horrendo asesinato.
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