Por Armando Fernández Martí
Santiago de Cuba, 16 oct.— El 16 de octubre de 1953 era viernes y en Santiago de Cuba la temperatura era más bien fresca, como es habitual en el otoño cubano en esta parte de la isla. Sin embargo, en la pequeña salita de enfermeras del hospital civil" Saturnino Lora", el calor era intenso dado el número de personas que se aglomeraban para asistir a la vista final de la Causa 37 por lo sucesos del Moncada, considerado, a juicio de los magistrados, el juicio más trascendental de la historia republicana.
Los asistentes a esta vista eran selectos, escogidos por el propio regimen dictatorial: dos o tres periodistas locales, algunos abogados y funcionarios del gobierno y más de un centenar de soldados armados hasta los dientes, como si estuvieran custodiando a una justicia presa y maniatada.
Tras los rituales de cualquier juicio, lectura de cargos e informe de la fiscalía, se le concedió la palabra al doctor Fidel Castro, principal encausado del proceso y que en su calidad de abogado asumiría su propia defensa, contando sólo para ello con un pequeño código civil, que le facilitó un colega presente. Entonces en la pequeña salita se escuchó su voz tronante: "Señores magistrados, ... y el silencio se hizo absoluto"
En primer lugar, el acusado devenido en defensor, denunció los crímenes cometidos por la dictadura contra sus compañeros y después expuso el Programa que llevó a los jóvenes de la Generación del Centenario al Moncada, el 26 de Julio de 1953: los campesinos sin tierras, los maestros sin escuelas, los enfermos sin médicos, los obreros explotados, los desempleados sin trabajo, los analfabetos sin enseñanzas, en fín, un pueblo sin esperanzas.
Toda la mañana de aquel 16 de octubre de 1953 en la pequeña salita del hospital civil no se escuchó más que una voz que habló de tierra, pan, justicia, empleo, dignidad humana, y muchas otras cosas de las que carecían los cubanos, casi desde los mismos momentos en que fue colonizada la isla por los españoles. Fueron derechos reclamados, no mendingados que nadie se atrevió a callar, ni nadie pudo impedir que después el pueblo lo conociera, aunque aquel acusado estaba convencido de que lo iban a encerrar tras una reja durante muchos años.
Al final de su alegato ante el Tribunal de Urgencias de Santiago de Cuba, el acusado-defensor Doctor Fidel Castro señaló: "Se que la cárcel será dura como no lo ha sido para nadie (...) pero no la temo, como no temo la furia del tirano miserble que arrancó la vida a más de 70 hermanos míos". Y sentenciaba: "Condenadme, no importa, la Historia me Absolverá"
Después de aquellas valientes palabras, más bien denuncias, el acusado Fidel Castro escuchó la sentencia que le imponía el tribunal, por haber intentado derrocar a un régimen que con su golpe de estado había violado la Constitución de la República y por tanto era ilegal: la pena fue de 15 años de privación de libertad.
Sesenta y cuatro años después de aquel 16 de octubre, los cubanos recordamos que esa sentencia del tribunal contra Fidel no impidió que lo pronosticado por él se cumpliera y la historia no solo lo absolvió, sino que lo colocó en el más alto pedestal a que puede aspirar un ser humano: el corazón de su pueblo, que desde entonces lo acompaña en todas las batallas por la gloria de la Patria.
Santiago de Cuba, 16 oct.— El 16 de octubre de 1953 era viernes y en Santiago de Cuba la temperatura era más bien fresca, como es habitual en el otoño cubano en esta parte de la isla. Sin embargo, en la pequeña salita de enfermeras del hospital civil" Saturnino Lora", el calor era intenso dado el número de personas que se aglomeraban para asistir a la vista final de la Causa 37 por lo sucesos del Moncada, considerado, a juicio de los magistrados, el juicio más trascendental de la historia republicana.
Los asistentes a esta vista eran selectos, escogidos por el propio regimen dictatorial: dos o tres periodistas locales, algunos abogados y funcionarios del gobierno y más de un centenar de soldados armados hasta los dientes, como si estuvieran custodiando a una justicia presa y maniatada.
Tras los rituales de cualquier juicio, lectura de cargos e informe de la fiscalía, se le concedió la palabra al doctor Fidel Castro, principal encausado del proceso y que en su calidad de abogado asumiría su propia defensa, contando sólo para ello con un pequeño código civil, que le facilitó un colega presente. Entonces en la pequeña salita se escuchó su voz tronante: "Señores magistrados, ... y el silencio se hizo absoluto"
En primer lugar, el acusado devenido en defensor, denunció los crímenes cometidos por la dictadura contra sus compañeros y después expuso el Programa que llevó a los jóvenes de la Generación del Centenario al Moncada, el 26 de Julio de 1953: los campesinos sin tierras, los maestros sin escuelas, los enfermos sin médicos, los obreros explotados, los desempleados sin trabajo, los analfabetos sin enseñanzas, en fín, un pueblo sin esperanzas.
Toda la mañana de aquel 16 de octubre de 1953 en la pequeña salita del hospital civil no se escuchó más que una voz que habló de tierra, pan, justicia, empleo, dignidad humana, y muchas otras cosas de las que carecían los cubanos, casi desde los mismos momentos en que fue colonizada la isla por los españoles. Fueron derechos reclamados, no mendingados que nadie se atrevió a callar, ni nadie pudo impedir que después el pueblo lo conociera, aunque aquel acusado estaba convencido de que lo iban a encerrar tras una reja durante muchos años.
Al final de su alegato ante el Tribunal de Urgencias de Santiago de Cuba, el acusado-defensor Doctor Fidel Castro señaló: "Se que la cárcel será dura como no lo ha sido para nadie (...) pero no la temo, como no temo la furia del tirano miserble que arrancó la vida a más de 70 hermanos míos". Y sentenciaba: "Condenadme, no importa, la Historia me Absolverá"
Después de aquellas valientes palabras, más bien denuncias, el acusado Fidel Castro escuchó la sentencia que le imponía el tribunal, por haber intentado derrocar a un régimen que con su golpe de estado había violado la Constitución de la República y por tanto era ilegal: la pena fue de 15 años de privación de libertad.
Sesenta y cuatro años después de aquel 16 de octubre, los cubanos recordamos que esa sentencia del tribunal contra Fidel no impidió que lo pronosticado por él se cumpliera y la historia no solo lo absolvió, sino que lo colocó en el más alto pedestal a que puede aspirar un ser humano: el corazón de su pueblo, que desde entonces lo acompaña en todas las batallas por la gloria de la Patria.
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