Santiago de Cuba, 9 may.— Es la vida cotidiana del ser humano muy parecida al funcionamiento mecánico de un vehículo. Cada pieza tiene su función lo que le permite a otro componente hacer su trabajo, todo ello como parte de un sistema. Si algo falla, el desempeño, simplemente, no será óptimo.
Con
esta filosofía han lidiado en las últimas décadas los trabajadores del
transporte en Santiago de Cuba, manejándose por vías nada simples para
mantener en funcionamiento este sector vital para el desarrollo
económico social del país.
Han faltado piezas claves en su sistema y con ello se ha alterado notablemente el curso de la transportación contemporánea en esta provincia. Muchos factores subjetivos pudieran apaciguar las carencias, pero la principal causa de que hoy el transporte sea uno de los problemas más acuciantes para los cubanos, se debe a una verdad de Perogrullo. El bloqueo impuesto por el gobierno de Estados Unidos en el año 1962 a Cuba merma toda posibilidad de mantener adecuadamente el transporte en la isla. Ello ha dificultado a través de los años la adquisición de piezas y vehículos en territorio estadounidense, un país con gran desarrollo en la industria aérea, naval, ferrocarrilera y automotriz.
La negación de acceder al mercado norteño y de contar con créditos para financiar elementos claves para el sector del transporte, han encarecido y dificultado un flujo sistemático hacia cada una de las bases e industrias cubanas dedicadas a proveer útiles y servicios a cada artilugio de transportación en la nación. Muchos lo piensan en materia de ómnibus locales pero es un mal que se esparce por toda la rama.
A esto sumemos la aviación, especialidad en extremo compleja por el nivel de recursos que demanda. Desde hace años la actividad declinó y hoy no vislumbra un despegue en toda regla.
Pero es en la ciudad donde más pudiera consignarse las carencias del llamado embargo. Hoy la urbe se mantiene vital por el funcionamiento de ómnibus chinos yutong sin que la línea de articulados Lía, de fabricación rusa, asuma una parte importante en la tarea. A pesar de sus buenas condiciones mecánicas el componente electrónico ha sumido a más de 20 vehículos de este tipo en un prolongado letargo. Comprar sus sensores pudiera ser muy fácil si se adquieren en Estados Unidos. De lo contrario habría que buscarlos en Europa triplicando su precio.
Aun así, en las bases de transporte cubanas es natural ver dispuestos a mecánicos, conductores y técnicos, a pesar de sus demandas, acometer con pasión las acciones que ingeniosamente han logrado poner a algunos de estos carros en la vía pública. Las adaptaciones mezclan algo más que los idiomas en esta guagua rusa. La voluntad ha sido la clave para rescatarlas. Pero otras no correrán la misma suerte en mucho tiempo.
Lo cierto es que el bloqueo deja a diario a miles de cubanos sin llegar cómodos y a tiempo a su destino. Lo hemos escuchado por años y pudiera parecerle a alguien la justificación perfecta para un servicio defectuoso. Por supuesto que hay errores humanos que afectan a la sociedad. Pero lo cierto es que un carro sin piezas no funciona correctamente como no funcionaría adecuadamente la vida, si fallase algún elemento esencial.
Han faltado piezas claves en su sistema y con ello se ha alterado notablemente el curso de la transportación contemporánea en esta provincia. Muchos factores subjetivos pudieran apaciguar las carencias, pero la principal causa de que hoy el transporte sea uno de los problemas más acuciantes para los cubanos, se debe a una verdad de Perogrullo. El bloqueo impuesto por el gobierno de Estados Unidos en el año 1962 a Cuba merma toda posibilidad de mantener adecuadamente el transporte en la isla. Ello ha dificultado a través de los años la adquisición de piezas y vehículos en territorio estadounidense, un país con gran desarrollo en la industria aérea, naval, ferrocarrilera y automotriz.
La negación de acceder al mercado norteño y de contar con créditos para financiar elementos claves para el sector del transporte, han encarecido y dificultado un flujo sistemático hacia cada una de las bases e industrias cubanas dedicadas a proveer útiles y servicios a cada artilugio de transportación en la nación. Muchos lo piensan en materia de ómnibus locales pero es un mal que se esparce por toda la rama.
A esto sumemos la aviación, especialidad en extremo compleja por el nivel de recursos que demanda. Desde hace años la actividad declinó y hoy no vislumbra un despegue en toda regla.
Pero es en la ciudad donde más pudiera consignarse las carencias del llamado embargo. Hoy la urbe se mantiene vital por el funcionamiento de ómnibus chinos yutong sin que la línea de articulados Lía, de fabricación rusa, asuma una parte importante en la tarea. A pesar de sus buenas condiciones mecánicas el componente electrónico ha sumido a más de 20 vehículos de este tipo en un prolongado letargo. Comprar sus sensores pudiera ser muy fácil si se adquieren en Estados Unidos. De lo contrario habría que buscarlos en Europa triplicando su precio.
Aun así, en las bases de transporte cubanas es natural ver dispuestos a mecánicos, conductores y técnicos, a pesar de sus demandas, acometer con pasión las acciones que ingeniosamente han logrado poner a algunos de estos carros en la vía pública. Las adaptaciones mezclan algo más que los idiomas en esta guagua rusa. La voluntad ha sido la clave para rescatarlas. Pero otras no correrán la misma suerte en mucho tiempo.
Lo cierto es que el bloqueo deja a diario a miles de cubanos sin llegar cómodos y a tiempo a su destino. Lo hemos escuchado por años y pudiera parecerle a alguien la justificación perfecta para un servicio defectuoso. Por supuesto que hay errores humanos que afectan a la sociedad. Pero lo cierto es que un carro sin piezas no funciona correctamente como no funcionaría adecuadamente la vida, si fallase algún elemento esencial.
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