Santiago de Cuba, 28 ene.— Alguien lo bautizó como el “altar de la Patria” y nunca ha vuelto a ser un cementerio común. El visitante recorre los 133 mil metros cuadrados de Santa Ifigenia como un museo, asombrándose por doquier.
Aquí Céspedes y Mariana, José Maceo y
Frank País; pero todos los peregrinajes llevan a un sitio del
camposanto. La presencia de José Martí particulariza y engrandece este
monumento nacional.
Obviando lo definitivo, este sitio acogió varias veces al Apóstol de la independencia de Cuba, cada una para ofrecer una morada más digna. Traído a Santa Ifigenia desde su improvisada sepultura campestre, se solapó en la simplicidad del nicho 134 de la galería sur y largo seria aun el peregrinar del héroe hasta el Mausoleo.
Antes ocupo un templete, erigido en 1907, en el que se consideró por primera vez verdaderamente sepultado. Luego descansó en el Retablo de los Héroes y en el edificio del Gobierno Provincial durante los cuatro años que demoró la construcción del Mausoleo.
Omar López, Conservador de la Ciudad de Santiago de Cuba, cuenta esta historia con especial conmoción: “Cuando cae en combate Martí, sus restos son traídos a Santiago de Cuba y depositados en el cementerio Santa Ifigenia. Luego, en la década del 10, se decide hacer allí un pequeño templete donde reposaran los restos de Martí, pero el pueblo cubano veía que no era el lugar adecuado para los restos del Apóstol y se decide hacer un concurso nacional que se llamó “Por una tumba digna para el Apóstol” y se decide hacer lo que es hoy la tumba de Martí. Obedeció a un proyecto diseñado por un arquitecto habanero llamado Jaime Benavente y un escultor oriental llamado Mario Santi”.
Desde 2002 la marcha honorifica vuelve sobre su ruta. Son 28 los campamentos, cada experiencia grabada. Seis cariátides levantan los 26 metros de este templo de la Patria. Sobre sí la cruz del sacrificio diario. En sus regazos el fruto de la tierra cubana, al interior sus escudos provinciales y los espacios para las pinturas, malversadas del presupuesto reunido con la ofrenda del pueblo de Cuba.
Las guerras y la tregua como escalones que anteceden la cumbre. A través del lucernario, el Sol ilumina siempre al hombre bueno. La pluma aun en la mano trémula, ya sin hojas para llenar. El ceño angustiado en blanco purísimo de Carrara.
Bajo la bandera descansa, sobre una estrella. De bronce la cripta funeraria sostenida por tierras liberadas de América.
La solemnidad de sus escudos lo resguardan, Cuba al centro. Si lloviera se cruzarían dos ríos perfumados de rosas blancas.
“Fidel, que muchas veces utilizó el argumento de que «toda la gloria del mundo cabe en un grano de maíz»; Él que siempre se sintió discípulo de Martí, que visitó muchas veces este lugar, creo que pensó que sería un lugar especial donde descansar”, comenta Omar López.
Cae la noche en el Cementerio Santa Ifigenia y la penumbra resguarda a los ángeles que revelan el eclecticismo del dolor. Aquí la muerte habita el tiempo, pero desde la piedra inmóvil la desafían imperecederos los héroes.
Obviando lo definitivo, este sitio acogió varias veces al Apóstol de la independencia de Cuba, cada una para ofrecer una morada más digna. Traído a Santa Ifigenia desde su improvisada sepultura campestre, se solapó en la simplicidad del nicho 134 de la galería sur y largo seria aun el peregrinar del héroe hasta el Mausoleo.
Antes ocupo un templete, erigido en 1907, en el que se consideró por primera vez verdaderamente sepultado. Luego descansó en el Retablo de los Héroes y en el edificio del Gobierno Provincial durante los cuatro años que demoró la construcción del Mausoleo.
Omar López, Conservador de la Ciudad de Santiago de Cuba, cuenta esta historia con especial conmoción: “Cuando cae en combate Martí, sus restos son traídos a Santiago de Cuba y depositados en el cementerio Santa Ifigenia. Luego, en la década del 10, se decide hacer allí un pequeño templete donde reposaran los restos de Martí, pero el pueblo cubano veía que no era el lugar adecuado para los restos del Apóstol y se decide hacer un concurso nacional que se llamó “Por una tumba digna para el Apóstol” y se decide hacer lo que es hoy la tumba de Martí. Obedeció a un proyecto diseñado por un arquitecto habanero llamado Jaime Benavente y un escultor oriental llamado Mario Santi”.
Desde 2002 la marcha honorifica vuelve sobre su ruta. Son 28 los campamentos, cada experiencia grabada. Seis cariátides levantan los 26 metros de este templo de la Patria. Sobre sí la cruz del sacrificio diario. En sus regazos el fruto de la tierra cubana, al interior sus escudos provinciales y los espacios para las pinturas, malversadas del presupuesto reunido con la ofrenda del pueblo de Cuba.
Las guerras y la tregua como escalones que anteceden la cumbre. A través del lucernario, el Sol ilumina siempre al hombre bueno. La pluma aun en la mano trémula, ya sin hojas para llenar. El ceño angustiado en blanco purísimo de Carrara.
Bajo la bandera descansa, sobre una estrella. De bronce la cripta funeraria sostenida por tierras liberadas de América.
La solemnidad de sus escudos lo resguardan, Cuba al centro. Si lloviera se cruzarían dos ríos perfumados de rosas blancas.
“Fidel, que muchas veces utilizó el argumento de que «toda la gloria del mundo cabe en un grano de maíz»; Él que siempre se sintió discípulo de Martí, que visitó muchas veces este lugar, creo que pensó que sería un lugar especial donde descansar”, comenta Omar López.
Cae la noche en el Cementerio Santa Ifigenia y la penumbra resguarda a los ángeles que revelan el eclecticismo del dolor. Aquí la muerte habita el tiempo, pero desde la piedra inmóvil la desafían imperecederos los héroes.
No hay comentarios:
Publicar un comentario