Santiago de Cuba, 27 oct.— La noticia corría de boca en boca e incrédulas las personas buscaban en la radio alguna información, así me relataba mi abuela uno de los hechos que ha estremecido desde sus cimientos al pueblo de Cuba desde aquel 28 de Octubre de 1959.
Fue una explosión aquel mensaje,
comentaba la anciana, que con más de 80 años a cuesta parecía revivir
las angustias de aquellos días, en que luego de confirmada la versión de
que Camilo Cienfuegos había muerto en un accidente al regresar en un
avión de Camagüey hacia La Habana el pueblo movió montes, ciudades y
hasta el propio mar para encontrarlo.
En sus ojos brillaba la luz de las antorchas que hicieron ella y sus hermanos para cuando llegada la noche iluminar los cafetales de la zona donde vivían allá por la Gibarera, un lugar enclavado en plena Sierra Maestra y perteneciente hoy al municipio santiaguero de Tercer Frente.
Nos volvimos locos, nadie podía creer que Camilo ya no estuviera, aprendimos a quererlo por las historias de la guerra, su valentía, su amistad con el Che, la fidelidad hacia Fidel Castro, siempre se le veía con una sonrisa y el sombrero grande, amaba a los niños a quien le dispensaba siempre un abrazo o una cargadita y bastaba con que fuera rebelde de la sierra para que la familia entera se dispusiera aquel día a salir a encontrarlo porque algunos decían que habían visto una avioneta por la zona con un ruido extraño.
Siempre durante meses corrían bolas y más bolas y allá íbamos montaña adentro a buscarlo y eso pasaba según me contaban algunos amigos en toda Cuba, hasta que un día se decidió por el gobierno rendirle tributo echándole flores al mar porque el no tuvo tumba, relataba con angustia la abuela.
Pero nosotros en aquel monte nunca habíamos visto el mar, nos decían que era un rio grande y pa el rio fuimos cuando se decidió a tirar las flores, la familia, los vecinos, íbamos serios con aquellas ofrendas apretadas en las manos pero me dije y me jure, un día voy a ir al mar y allí le voy a echar muchas pero muchas rosas a Camilo.
Así fue, para uno de esos octubres nostálgicos siempre por esa fecha, porque perennemente encontré desde que Camilo desapareció que los finales de octubre eran pesarosos, fui a la casa de una amiga de mi madrina que vivía en Uvero en la zona costera de Guama y cumplí mi sueño, pero que cosa más extraña me pasó.
Caminamos hasta el mar los pobladores del lugar, yo había recogido todas las rosas que encontré en la casa de la amiga y en todos los caminos y llevaba una ofrenda grande de rosas, todo el mundo tiró al agua sus ramilletes y yo al echar el mío me quede contemplando el mar que fue formando con las rosas un hombre con la figura de Camilo, tenía hasta la forma de su sombrero, yo no podía hablar apenas y las olas iban levantando aquella imagen, era Camilo, yo tuve esa visión, era Camilo en Rosas.
En sus ojos brillaba la luz de las antorchas que hicieron ella y sus hermanos para cuando llegada la noche iluminar los cafetales de la zona donde vivían allá por la Gibarera, un lugar enclavado en plena Sierra Maestra y perteneciente hoy al municipio santiaguero de Tercer Frente.
Nos volvimos locos, nadie podía creer que Camilo ya no estuviera, aprendimos a quererlo por las historias de la guerra, su valentía, su amistad con el Che, la fidelidad hacia Fidel Castro, siempre se le veía con una sonrisa y el sombrero grande, amaba a los niños a quien le dispensaba siempre un abrazo o una cargadita y bastaba con que fuera rebelde de la sierra para que la familia entera se dispusiera aquel día a salir a encontrarlo porque algunos decían que habían visto una avioneta por la zona con un ruido extraño.
Siempre durante meses corrían bolas y más bolas y allá íbamos montaña adentro a buscarlo y eso pasaba según me contaban algunos amigos en toda Cuba, hasta que un día se decidió por el gobierno rendirle tributo echándole flores al mar porque el no tuvo tumba, relataba con angustia la abuela.
Pero nosotros en aquel monte nunca habíamos visto el mar, nos decían que era un rio grande y pa el rio fuimos cuando se decidió a tirar las flores, la familia, los vecinos, íbamos serios con aquellas ofrendas apretadas en las manos pero me dije y me jure, un día voy a ir al mar y allí le voy a echar muchas pero muchas rosas a Camilo.
Así fue, para uno de esos octubres nostálgicos siempre por esa fecha, porque perennemente encontré desde que Camilo desapareció que los finales de octubre eran pesarosos, fui a la casa de una amiga de mi madrina que vivía en Uvero en la zona costera de Guama y cumplí mi sueño, pero que cosa más extraña me pasó.
Caminamos hasta el mar los pobladores del lugar, yo había recogido todas las rosas que encontré en la casa de la amiga y en todos los caminos y llevaba una ofrenda grande de rosas, todo el mundo tiró al agua sus ramilletes y yo al echar el mío me quede contemplando el mar que fue formando con las rosas un hombre con la figura de Camilo, tenía hasta la forma de su sombrero, yo no podía hablar apenas y las olas iban levantando aquella imagen, era Camilo, yo tuve esa visión, era Camilo en Rosas.
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