Santiago de Cuba, 10 oct.— Hoy se cumplen 148 años de aquel 10 de Octubre de 1868 cuando casi al amanecer, ante compatriotas reunidos en el patio del ingenio La Demajagua, Carlos Manuel de Céspedes les dijo: “Ciudadanos, ese sol que veis alzarse por la cumbre del Turquino, viene a alumbrar el primer día de libertad”
Se iniciaba así para los cubanos una
larga lucha de más de 91 años para alcanzar la independencia de una
patria que comenzaba a nacer como tal ese mismo día y que hasta ese
momento, había sido oprimida y mancillada por el colonialismo español,
cuyo poder de casi TRES siglos estaba ya caduco y que para derrumbarlo
sólo hacían falta que se levantaran hombres de empuje, como aquellos de
La Demajagua.
En el manifiesto leído a los complotados por Céspedes se decía: “No nos extravían rencores, no nos halagan ambiciones; sólo queremos ser libres e iguales, como hizo el creador a todos los hombres”
Y esas no sólo fueron palabras porque allí mismo se decretó la libertad de los esclavos y negros y blancos juntos comenzaron la lucha para conquistar la independencia, que al siguiente día 11 de octubre libró su primer combate para tomar el poblado de Yara, acción que fracasó pero que no significó la derrota total de los insurgentes.
Cuentan que en ese momento de confusión alguien se levantó gritando que todo estaba perdido, pero el jefe de la Revolución le dio una lección de intransigencia cuando exclamó: “Aún quedan 12 hombres, bastan para hacer la independencia de Cuba”. Días después, el 20 de octubre, las tropas de Céspedes desalojaban a los españoles de la ciudad de Bayamo y la proclamaban Capital de la Revolución.
Diez años duró esa guerra causante de numerosas vicisitudes a los cubanos. La desunión, las contradicciones, los intereses personales y otros factores la condujeron hacia el bochornoso Pacto del Zanjón, momento que José Martí años después definiría así: “Nuestra espada no nos la quitó nadie, sino que la dejamos caer nosotros mismos”
Pero la Revolución estaba en marcha, ya latía indetenible en el corazón de todos los cubanos. Vendrían otras luchas, y otros hombres seguirían el ejemplo de Céspedes, millones el ejemplo de los que se alzaron en La Demajagua, sólo que ya no habría más Zanjón ni zanjoneros y que el grito de ¡Independencia o Muerte!, escuchado aquel 10 de Octubre de 1868 en La Demajagua, seguiría repitiéndose como un eco interminable para llegar hasta nuestros días convertido en ¡Patria o Muerte!
En el manifiesto leído a los complotados por Céspedes se decía: “No nos extravían rencores, no nos halagan ambiciones; sólo queremos ser libres e iguales, como hizo el creador a todos los hombres”
Y esas no sólo fueron palabras porque allí mismo se decretó la libertad de los esclavos y negros y blancos juntos comenzaron la lucha para conquistar la independencia, que al siguiente día 11 de octubre libró su primer combate para tomar el poblado de Yara, acción que fracasó pero que no significó la derrota total de los insurgentes.
Cuentan que en ese momento de confusión alguien se levantó gritando que todo estaba perdido, pero el jefe de la Revolución le dio una lección de intransigencia cuando exclamó: “Aún quedan 12 hombres, bastan para hacer la independencia de Cuba”. Días después, el 20 de octubre, las tropas de Céspedes desalojaban a los españoles de la ciudad de Bayamo y la proclamaban Capital de la Revolución.
Diez años duró esa guerra causante de numerosas vicisitudes a los cubanos. La desunión, las contradicciones, los intereses personales y otros factores la condujeron hacia el bochornoso Pacto del Zanjón, momento que José Martí años después definiría así: “Nuestra espada no nos la quitó nadie, sino que la dejamos caer nosotros mismos”
Pero la Revolución estaba en marcha, ya latía indetenible en el corazón de todos los cubanos. Vendrían otras luchas, y otros hombres seguirían el ejemplo de Céspedes, millones el ejemplo de los que se alzaron en La Demajagua, sólo que ya no habría más Zanjón ni zanjoneros y que el grito de ¡Independencia o Muerte!, escuchado aquel 10 de Octubre de 1868 en La Demajagua, seguiría repitiéndose como un eco interminable para llegar hasta nuestros días convertido en ¡Patria o Muerte!
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