Por Coral Vázquez Peña
Santiago de Cuba, 17 oct.— Una de las características que hizo única la Revolución Cubana fue trabajar paulatinamente por eliminar la segregación social. Atrás quedaban los sitios elitistas a los que solo podían acudir las clases más pudientes de la sociedad cubana.
Esta centenaria barriada era la zona residencial de la burguesía de Santiago de Cuba, muestra de ello son las contrastantes edificaciones que sobresalen por su vistosidad y opulencia con el resto de las viviendas realizadas en la misma época.
No por gusto la zona ostenta algunos de los exponentes más importantes del eclecticismo santiaguero, del barroco y del art déco; algunas viviendas de madera de las pocas que se conservan en la ciudad, además de las únicas dos construcciones art nouveau realizadas en nuestra urbe. Eso sin mencionar la existencia de la única iglesia neogótica.
Todo ello, unido a que en Vista Alegre se encontraban las residencias de las más importantes personalidades del mundo de la política, economía y cultura de Santiago de Cuba, demuestra lo inaccesible del lugar.
Pero Vista Alegre se erigía como un reparto netamente residencial, a través del sistema de lotes, que permitía la construcción de fastuosos hogares, complaciendo los más exquisitos caprichos de sus moradores a través de la libre imaginación de los arquitectos más renombrados de la época.
Entre ellos sobresale el nombre del arquitecto e ingeniero Carlos Segrera quien realizó una obra sin precedentes en la ciudad y que maravilla a quien la admira, el edificio que hoy ocupa el Palacio Provincial de Pioneros Una Flor para Camilo.
La excepción a este carácter puramente de edificaciones residenciales, lo constituyó el Vista Alegre Tennis Club, centro recreativo deportivo creado para el disfrute de los vecinos del reparto y cuya edificación moderna de estilo racionalista, ostentaba y reflejaba el poder de la burguesía para la cual había sido construida y que coexistía alrededor del lugar.
Pero esta realidad cambió tras 1959 cuando fue transformado, primeramente, en una escuela deportiva, aprovechando las diferentes áreas destinadas a la práctica de diferentes deportes. Posteriormente, se convirtió en un círculo social obrero y por último, en un círculo deportivo recreativo conocido popularmente como el CIROA.
Tras haber sido sometido a una reparación capital, hace ya algunos años, el Centro Recreativo Juvenil Orestes Acosta satisface las más exigentes demandas en sus áreas de recreo, entre las que sobresalen el antiguo vestíbulo, ahora convertido en una galería de arte dedicada a promover la obra de los jóvenes artistas de la ciudad, además de su cremería, gimnasio biosaludable y otras áreas como la piscina y salones de baile.
Enfrascado en la máxima de una mente sana en cuerpo sano, la institución permite la realización de diferentes deportes como el voleibol, baloncesto, pelota vasca, el tenis de campo y una pista de doscientos metros para los amantes del atletismo.
Si bien la infraestructura está creada, el CIROA tiene mucho por delante para convertirse, quizás no en la principal, pero sí en una de las propuestas más importantes en el área de la recreación, cultural y deportiva de la ciudad de Santiago de Cuba.
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