Autor : Rosana Pascual De la Cruz
Esos son héroes, los que pelean por ver a los pueblos libres, afirmó Martí. Ese era Antonio Maceo, el Titán de Bronce, quien aún convaleciente de las ocho heridas que recibiera meses antes en el combate de Mangos de Mejía, cuatro de ellas en el pecho, revocara la falsa independencia que en 1878 había aceptado una parte del Ejército Libertador.
Baraguá, tropas mambisas, españolas, el general Martínez Campos, la figura imponente de Maceo. La entrevista correcta y fría, después de los saludos de rigor, está dominada por la noble reserva de Maceo, quien con serena determinación impugna la capitulación del Zanjón:
"(…) Estoy autorizado a manifestarle que no estamos de acuerdo a lo pactado en el Zanjón. Ese documento no contempla la abolición de la esclavitud ni la independencia, los dos puntos más importantes del programa revolucionario y por el que hemos luchado durante diez años (…)
No hubo entendimiento posible, la guerra continuaría hasta ver cumplidos sus objetivos. Baraguá constituyó la reafirmación expresa del amor a la independencia y a la justicia social, y de hacerlo constar se encargaron los revolucionarios más puros, negados a dejar caer la espada.
Con su actitud, Maceo y sus seguidores a la vez que salvaron su honor de combatientes enaltecieron el de Cuba, legando a las generaciones posteriores la posibilidad de proclamar con orgullo, que desde el primer empeño, los revolucionarios cubanos jamás hemos sido derrotados.
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