La madrugada del 28 de mayo de 1957 presagiaba para la guarnición del cuartel de El Uvero, en la costa de la Sierra Maestra, el rutinario comienzo de un nuevo día para la tropa dedicada a patrullar la región y mantener el orden en el poblado, cuando de la espesura del monte cercano un certero disparo destruyó el equipo de radio del campamento y de inmediato una lluvia de balas acribillaron el lugar.
Hasta principios de 1957 la presencia militar en El Uvero se reducía a unos pocos soldados dedicados fundamentalmente a cuidar los intereses de los latifundistas de la zona y sus negocios de extracción de madera que era embarcada por el muelle, pero para el mes de mayo se reforzó el destacamento militar con un contingente de alrededor de 50 hombres.
Con ese refuerzo parecía muy improbable que el incipiente Ejército Rebelde atacara el cuartel fortalecido, además, con ametralladoras y fusiles automáticos.
En esa época, el núcleo guerrillero se iniciaba en la estrategia de realizar ataques a pequeñas guarniciones, como al cuartel de La Plata en enero, y emboscadas en las cuales el factor sorpresa y el dominio del terreno montañoso permitían hacer bajas, sin casi pérdidas.
Esa estrategia cambió cuando lejos del lugar, al norte, cerca de la ciudad de Holguín, acaeció un hecho que prefiguró el destino de la posición enemiga en El Uvero.
Los servicios de inteligencia de la dictadura penetraron los planes de un grupo de revolucionarios dirigidos por Calixto García White, que viajaban rumbo a Cuba a bordo del yate Corinthia, el cual inició la travesía el mes anterior desde Miami.
El desembarco de los 27 expedicionarios ocurrió en la costa norte de la actual provincia de Holguín, donde el coronel Fermín Cowley, jefe militar de la región, los esperó con cientos de soldados y asesinó a la mayoría de los expedicionarios, entre ellos a su jefe, e impidió que se establecieran en la Sierra Cristal como eran sus planes.
Fidel Castro, al frente del entonces incipiente Ejército Rebelde, conoció de la expedición y para desviar la atención de la soldadesca decidió el ataque contra la fuerte guarnición de El Uvero.
El Comandante en Jefe recogió las razones de aquella decisión en su reflexión titulada: “Un esclarecimiento honesto”, del primero de junio de 2012.
Destacó que un fuerte sentimiento de solidaridad los llevó a una decisión difícil que ponía en gran peligro la existencia de los rebeldes, pero prevalecieron los valores de lealtad con los que combatían a la dictadura sin importar a qué tendencia u organización insurreccional pertenecían.
Con informaciones escasas e imprecisas en la madrugada del 28 de mayo, el Comandante en Jefe inició el ataque al cuartel de El Uvero con un disparo de su fusil de mira telescópica que destruyó la planta de radio e impidió a los soldados batistianos solicitar refuerzos, en especial de la aviación.
Los bombardeos aéreos representaban un riesgo para los rebeldes, enfrascados en un combate frente a un enemigo bien atrincherado en fortines hechos de gruesos troncos de madera, que tuvieron que ser tomados uno a uno con un gran derroche de coraje y vidas de los atacantes.
El guerrillero Juan Almeida resultó impactado en el pecho y se salvó porque una cuchara que llevaba en el bolsillo atenuó la descarga. Guillermo García mantuvo el fuego y neutralizó uno de los fortines.
Ernesto Che Guevara disparaba parado con un fusil ametralladora que se encasquillaba.
Raúl Castro avanzó con su pequeño pelotón contra otro de los fortines de troncos, todo en una carrera contra el tiempo antes de que pudiera aparecer la aviación.
Así fue transcurriendo el asalto, hasta que los soldados se rindieron después de alrededor de tres horas de acción bélica.
Las fuerzas rebeldes tuvieron siete bajas y ocho heridos, entre ellos Juan Almeida, mientras que el ejército batistiano perdió
14 hombres y totalizó 19 heridos. Solo unos pocos soldados pudieron escapar.
Los revolucionarios ocuparon decenas de fusiles, armas cortas y miles de proyectiles, y sobre todo en la tropa se acrecentaron el espíritu de lucha y la decisión de vencer.
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