Santiago de Cuba, 10 feb.— Uno de los capítulos más amargos de la historia de Cuba se escribió el 10 de febrero de 1878 en San Agustín del Brazo, próximo a los límites de Camagüey y Oriente, al firmarse allí entre los representantes del Gobierno en Armas y España el cese de la guerra grande, sin que se obtuviese la independencia por la cual se había luchado durante cerca de 10 años.
Responsabilizar a alguien en particular por ese trágico momento no es correcto. Diferentes sucesos políticos y militares fueron los verdaderos causantes del fin de nuestra primera gesta independentista, pero de manera fundamental están la falta de unidad entre las filas revolucionarias y la escasez de recursos para continuar la lucha, entre otros factores.
Desde los mismos inicios de la gesta se notó la desunión sobre todo entre camagüeyanos y orientales y que sólo fueron capaces de enfrentar Carlos Manuel de Céspedes e Ignacio Agramonte desde la misma Asamblea de Guáimaro, celebrada en abril de MIL 869 y que proclamó la República en Armas.
Lamentablemente para los cubanos Céspedes fue destituido como Presidente por la Cámara de Representantes y posteriormente asesinado en San Lorenzo, mientras que Agramonte cayó tempranamente en los campos de Jimaguayú, privando a las filas revolucionarias de esas dos figuras relevantes de nuestra historia.
El regionalismo entre los jefes y tropas mambisas, el desencanto de algunos que se cansaron de luchar, la falta de voluntad y firmeza patriótica y los que confiaron en que España cediera sus intereses en la Isla, fueron también factores que condujeron a la ignominia del Pacto del Zanjón, a pesar de que el colonialismo no pudo imponer su voluntad en el campo de batalla.
El General Máximo Gómez al comentar el hecho señaló: "Nos ha fallado la unión y estas son las consecuencias, mientras que José Martí dijo sobre el Pacto del Zanjón: "Nuestra espada no nos la quitó nadie de la mano, sino que las dejamos caer nosotros mismos"
Sacando experiencia de lo ocurrido durante la guerra grande, fue que José Martí se dio a la preparación de la segunda gesta independentista, creando como factor fundamental para la unidad, el Partido Revolucionario Cubano para organizar y dirigir la nueva contienda.
Esto nos ha servido hasta hoy para comprobar que sólo la unidad, como elemento político estratégico y la intransigencia revolucionaria como principio de lucha, son dos pilares sobre las cuales se asienta la Revolución que llevamos hacia delante para defenderla del imperialismo yanqui y de cualquier otro enemigo ante los cuales Cuba no capitulará.
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