En los días previos a la partida, el Guerrillero Heroico reunió a los miembros de su columna –integrada por veteranos y nuevos reclutas de la escuela que él mismo fundó en Minas del Frío– y sin cortapisas les habló de los peligros incomparables de la misión
En el camino que baja de la Sierra al llano, por la ruta escarpada de Boca del Salto a Providencia, todavía estarían frescas las huellas de los 80 hombres de la Columna 2 Antonio Maceo, al mando de Camilo Cienfuegos, cuando Fidel firmaba en La Plata una nueva orden militar:«Se asigna al Comandante Ernesto Guevara la misión de conducir desde la Sierra Maestra hasta la Provincia de Las Villas una columna rebelde y operar en dicho territorio de acuerdo con el plan estratégico del Ejército Rebelde. (…) La columna No. 8, Ciro Redondo, partirá desde Las Mercedes entre el 24 y el 30 de Agosto».
Diez jornadas después de aquel edicto, en las horas finales del 31 de agosto, 140 hombres probados, con El Argentino a la cabeza, iniciaban desde un paraje conocido como El Jíbaro, la más difícil y azarosa travesía que tuviera una formación rebelde desde los terribles días fundacionales del desembarco del Granma y la dispersión de Alegría de Pío, hasta el reencuentro en Cinco Palmas. Pero, ¿por qué la Columna 8 no partió en una de las fechas dentro del plazo indicado y desde el lugar previsto?
Ni después de firmada la orden de partida, Fidel paraba de pensar en cómo apertechar lo mejor posible a la columna. Varias veces en el periodo escribió al Che y mandó mejores armas, pero buena parte de la logística dependía de un avión que llegaría desde México.
En los días previos a la partida, el Guerrillero Heroico reunió a los miembros de su columna –integrada por veteranos y nuevos reclutas de la escuela que él mismo fundó en Minas del Frío– y sin cortapisas les habló de los peligros incomparables de la misión, de los terrenos desprotegidos, de la posibilidad de que llegase la mitad de los hombres, y si fuera uno, que ese concluyera la misión, así como de la capacidad que debería tener cada cual de dirigir a la tropa si fuese necesario.
No obstante, el plan inicial del traslado concebía el movimiento en camiones y un periodo de al menos cuatro días para alcanzar las alturas del Escambray. Para ello, una camioneta con la gasolina suficiente llegaría hasta los vehículos la propia noche del 30. Este es el punto, contado por el Che, donde se da el mayor tropiezo:
«El avión fue localizado en el momento de aterrizar, a pesar de ser de noche, y el aeropuerto fue sistemáticamente bombardeado desde las veinte hasta las cinco de la mañana, hora en que quemamos el avión para evitar que cayera en poder del enemigo (…). Las tropas avanzaron sobre el aeropuerto; interceptaron la camioneta con la gasolina, dejándonos a pie».
Acontecido este enorme percance, y sin opciones de retrasar más la partida, la fuerza integrada por una Comandancia y cinco pelotones, con Ramiro Valdés de segundo al mando, arrancó bajo la lluvia al día siguiente desde El Jíbaro, a seis kilómetros de Las Mercedes, en la ruta al sitio del aterrizaje descrito.
Así inició la gran marcha al centro del país, complicada en ríos crecidos, mosquitos, zapatos rotos, hambre, sed, persecución, emboscadas, 26 bajas, 19 incorporaciones, y cuatro días planificados que se convirtieron en 46 jornadas terribles, hasta alcanzar las primeras alturas del Escambray, donde empezó entonces una batalla quizá más complicada que la de fusiles y bombas: concertar la unidad entre los grupos insurgentes de la zona. (Dilbert Reyes Rodríguez)
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