Por Lourdes Palau Vázquez
Santiago de Cuba, 18 jun.— Cuando hace ya once años aquel 18 de Junio escuchamos por vez primera en su voz clara las nanas que cantaba Vilma Espín a sus hijos comprendimos la dimensión gigante de aquella mujer, capaz de enfrentar las balas en la clandestinidad y en la sierra, desafiar los peligros y ser una madre amorosa y dulce con sus críos.
Cuántas cosas hermosas dejó como herencia a la mujer cubana aquella heroína.. La vida entera respondería, si porque siendo hermosa y de una clase adinerada pudo tener otras opciones más fáciles y cómodas pero optó desde su natal Santiago desde muy jovencita por las más arriesgadas misiones en su fértil existencia.
Como diosa de pelo largo la vieron sus coterráneos saltar muros en arriesgadas misiones en un Santiago de los años cincuenta donde vivir ya era arriesgado o sabiéndose atractiva tratar de seducir a un guardia de la dictadura para salvar una acción o una vida o cuando ya circulada por la policía en todos los lugares, subió a la Sierra y allí demostró también su virtud como mujer combatiente.
Sus canciones escuchadas ante el nicho donde descansan sus cenizas en el Segundo Frente, el beso de despedida de su compañero en la vida Raúl y la tristeza de un pueblo que lloró su partida ante su fotografía en todas las plazas de Cuba como merecido tributo confirman su ternura y compromiso.
El líder histórico de la Revolución Fidel Castro lo ratificó en sus palabras el día de su partida definitiva ’’He sido testigo durante casi medio siglo de las luchas de Vilma. No la olvido en las reuniones del Movimiento 26 de Julio en la Sierra Maestra (…) Vilma no se inmutaba ante peligro alguno (…) Su voz dulce, firme y oportuna, siempre se escuchó con gran respeto en las reuniones del Partido, el Estado y las organizaciones de masas (…) Los deberes revolucionarios y su inmenso trabajo nunca le impidieron a Vilma cumplir sus responsabilidades como compañera leal y madre de numerosos hijos (…) Ha muerto Vilma ¡Viva Vilma.
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