Santiago de Cuba, 15 abr.— Todavía de noche, a decenas de millas de Cuba, varios aviones del tipo B-26 despegaban de una base secreta de la CIA, donde habían sido debidamente camuflados con falsas siglas de las FAR y banderas cubanas en su cola.
Poco minutos antes de las seis de la
mañana del 15 de abril de 1961, un puesto de observación de la entonces
Isla de Pinos, hoy Isla de la Juventud, avisaba al país: “Aviones
sospechosos han sobrevolado la zona”.
No había transcurrido un cuarto de hora desde el aviso, cuando la base aérea de San Antonio de los Baños y los aeropuertos de “Ciudad Libertad”, en la capital y “Antonio Maceo”, en Santiago de Cuba, eran bombardeados sorpresivamente por varias aeronaves del tipo B-26.
Los primeros minutos fueron muy confusos porque las naves aéreas exhibían insignias cubanas. Pero el engaño duró poco tiempo y rápidamente desde tierra, recibieron la respuesta de los jóvenes artilleros, muchos de ellos con apenas 15 años, encargados de la protección de esas instalaciones, los que con sus fuegos certeros pusieron en fuga a los atacantes.
El objetivo de los ataques era uno: destruir en tierra la maltrecha Fuerza Aérea Rebelde, que para esta fecha sólo disponía de unos pocos aviones heredados del régimen anterior. Algunos de ellos fueron destruidos, pero la mayoría se protegieron debido a la heroica acción de pilotos y mecánicos.
Sin embargo, los atacantes en su misión traidora lograron causar un número de bajas entre los defensores de las instalaciones, de los cuales siete perdieron sus vidas y uno de ellos, el miliciano Eduardo García Delgado antes de morir dejó escrito con su sangre en una pared el nombre de Fidel, lo que devino en símbolo de la voluntad de los jóvenes artilleros de defender al costo de sus propias vidas la misión asignada por la Revolución.
En Santiago de Cuba, el ataque pudo convertirse en una tragedia de marca mayor, porque en la pista del aeropuerto “Antonio Maceo”, un avión civil de pasajeros debía ser cargado pocos minutos después del ataque. De demorarse algo más la acción hubiera sorprendido a todos dentro de la nave, que resultó incinerada en la pista. Esa misma mañana, en Naciones Unidas, el canciller cubano Raúl Roa, acusaba al gobierno norteamericano como culpable de la agresión y Cuba lograba insertar en la sesión de la Asamblea General de la ONU su denuncia.
El Gobierno Revolucionario de Cuba, en su primer comunicado, ordenaba la movilización de todas las unidades del Ejército Rebelde y las Milicias. “Si este ataque fuera el preludio de una invasión — indicaba el parte—, el país en pie de lucha resistirá y destruirá con manos de hierro a cualquier fuerza que intente desembarcar en nuestra tierra”.
Así comenzó hace 56 años, el 15 de abril de 1961, la historia de la primera derrota del imperialismo norteamericano en América.
No había transcurrido un cuarto de hora desde el aviso, cuando la base aérea de San Antonio de los Baños y los aeropuertos de “Ciudad Libertad”, en la capital y “Antonio Maceo”, en Santiago de Cuba, eran bombardeados sorpresivamente por varias aeronaves del tipo B-26.
Los primeros minutos fueron muy confusos porque las naves aéreas exhibían insignias cubanas. Pero el engaño duró poco tiempo y rápidamente desde tierra, recibieron la respuesta de los jóvenes artilleros, muchos de ellos con apenas 15 años, encargados de la protección de esas instalaciones, los que con sus fuegos certeros pusieron en fuga a los atacantes.
El objetivo de los ataques era uno: destruir en tierra la maltrecha Fuerza Aérea Rebelde, que para esta fecha sólo disponía de unos pocos aviones heredados del régimen anterior. Algunos de ellos fueron destruidos, pero la mayoría se protegieron debido a la heroica acción de pilotos y mecánicos.
Sin embargo, los atacantes en su misión traidora lograron causar un número de bajas entre los defensores de las instalaciones, de los cuales siete perdieron sus vidas y uno de ellos, el miliciano Eduardo García Delgado antes de morir dejó escrito con su sangre en una pared el nombre de Fidel, lo que devino en símbolo de la voluntad de los jóvenes artilleros de defender al costo de sus propias vidas la misión asignada por la Revolución.
En Santiago de Cuba, el ataque pudo convertirse en una tragedia de marca mayor, porque en la pista del aeropuerto “Antonio Maceo”, un avión civil de pasajeros debía ser cargado pocos minutos después del ataque. De demorarse algo más la acción hubiera sorprendido a todos dentro de la nave, que resultó incinerada en la pista. Esa misma mañana, en Naciones Unidas, el canciller cubano Raúl Roa, acusaba al gobierno norteamericano como culpable de la agresión y Cuba lograba insertar en la sesión de la Asamblea General de la ONU su denuncia.
El Gobierno Revolucionario de Cuba, en su primer comunicado, ordenaba la movilización de todas las unidades del Ejército Rebelde y las Milicias. “Si este ataque fuera el preludio de una invasión — indicaba el parte—, el país en pie de lucha resistirá y destruirá con manos de hierro a cualquier fuerza que intente desembarcar en nuestra tierra”.
Así comenzó hace 56 años, el 15 de abril de 1961, la historia de la primera derrota del imperialismo norteamericano en América.
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