Santiago de Cuba, 24 ago.— Cuando aún el verano se muestra espléndido y en las aulas reina el silencio, ellos ya piensan en la inminencia del curso escolar. Son maestros. Integran el contingente de 1300 jóvenes santiagueros que trabajan en los centros educacionales de la capital.
Javier
Gutiérrez Bridón es uno de ellos. Se inició en el magisterio entre el
grupo de “valientes” que respondieron a la convocatoria de Fidel para
renovar la enseñanza en el país. Desde entonces, cada reto de su
juventud solo ha acentuado su pasión por enseñar.
“Cuando nosotros comenzamos a trabajar en La Habana -nos cuenta Javier-, la comunidad que nos rodeaba se sentía un poco insegura porque cuando te ven tan joven, dudan de qué pueda enseñar alguien tan cercano en edad a sus hijos. Pero las familias se sintieron reconfortadas cuando vieron de lo que eran capaces sus hijos. Entonces se nos acercaban para agradecernos y nos decían que el país necesita más personas con nuestras características para llevar a cabo la labor que estamos haciendo.”
Cada año, lo acompañan nuevos empeños que compensan las despedidas. “Muchos de ellos llevan 12 años en la capital. Algunos dejaron a sus familias, otros dejaron a sus amores, porque son misiones diferentes en espacios diferentes. Y pienso que cuando la Patria llama, otras cosas que están en otro plano deben quedar atrás”.
Javier se siente heredero de aquellos que perpetraron la hazaña de la alfabetización. Por eso hoy, que Santiago de Cuba dispone de plena cobertura docente, él descubre en cada nuevo alumno la satisfacción de la utilidad.
“Es reconfortante cuando sientes que un alumno te dice ¡Gracias Profe!. Esa es la mayor satisfacción que podemos recibir por esas grandes cosas que dejamos aquí en Santiago. Y es una hazaña que si me tocara volver a vivir, dignamente lo vuelvo a hacer porque yo nací para enseñar”.
“Cuando nosotros comenzamos a trabajar en La Habana -nos cuenta Javier-, la comunidad que nos rodeaba se sentía un poco insegura porque cuando te ven tan joven, dudan de qué pueda enseñar alguien tan cercano en edad a sus hijos. Pero las familias se sintieron reconfortadas cuando vieron de lo que eran capaces sus hijos. Entonces se nos acercaban para agradecernos y nos decían que el país necesita más personas con nuestras características para llevar a cabo la labor que estamos haciendo.”
Cada año, lo acompañan nuevos empeños que compensan las despedidas. “Muchos de ellos llevan 12 años en la capital. Algunos dejaron a sus familias, otros dejaron a sus amores, porque son misiones diferentes en espacios diferentes. Y pienso que cuando la Patria llama, otras cosas que están en otro plano deben quedar atrás”.
Javier se siente heredero de aquellos que perpetraron la hazaña de la alfabetización. Por eso hoy, que Santiago de Cuba dispone de plena cobertura docente, él descubre en cada nuevo alumno la satisfacción de la utilidad.
“Es reconfortante cuando sientes que un alumno te dice ¡Gracias Profe!. Esa es la mayor satisfacción que podemos recibir por esas grandes cosas que dejamos aquí en Santiago. Y es una hazaña que si me tocara volver a vivir, dignamente lo vuelvo a hacer porque yo nací para enseñar”.
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