Por Armando Fernández Martí
Santiago de Cuba, 19 may.— El 19 de mayo de 1895 era domingo. No debió ser ese un día para el combate, pero la guerra no tiene tiempo y en cualquier segundo puede desatar su ira de fuego y muerte.
Santiago de Cuba, 19 may.— El 19 de mayo de 1895 era domingo. No debió ser ese un día para el combate, pero la guerra no tiene tiempo y en cualquier segundo puede desatar su ira de fuego y muerte.
Ya José Martí hacía 39 días que se
encontraba de nuevo en la patria y andaba desde entonces por los caminos
de la guerra; sabía el peligro que enfrentaba y ya en la víspera le
había escrito a su amigo Manuel Mercado: "Ya estoy todos los días a
punto de dar la vida por mi país...". Tan solo unas horas después su
vaticinio se cumpliría.
Pudo haber sido aquel del 19 de mayo un
combate inesperado o de poca monta, como se ha dicho, pero en la guerra
cada arma que se dispara busca matar y esa fatídica tarde una bala
española, tal vez sin destino, encontró el pecho de aquel hombre de
levita y figura débil que impetuoso cabalgaba a campo traviesa, sin
saber esa bala que aquella figura que derribaba y mataba era al más
grande de los revolucionarios cubanos.
Pero la guerra es así y allí, en la verde sabana próxima a la confluencia de los ríos Cauto y Contramaestre, quedaba tirado el cuerpo glorioso de aquel que desoyendo todos los consejos de que la guerra no era su lugar, había dicho: "Para mí la patria no será nunca triunfo, sino agonía y deber. Ya arde la sangre. Ahora hay que dar respeto y sentido humano y amable al sacrificio, hay que hacer viable e inexpugnable la guerra; si ella me manda, conforme a mi deseo único, quedarme, me quedo en ella; si me manda clavándome el alma, irme lejos de los que mueren como yo sabría morir, también tendré ese valor. Yo alzaré el mundo. Pero mi único deseo sería pegarme allí, al último tronco, al último peleador: morir callado. Para mi ya es hora".
Fue trágica esa hora. Su muerte fue tal vez demasiado temprana para la Revolución, pero al caer el 19 de mayo de 1895 en Dos Ríos, legaba a su pueblo todo el pensamiento y su obra, que conducirían la guerra por los caminos trazados por el Partido Revolucionario Cubano, sin cuya creación no habría sido posible el éxito de la invasión de Oriente a Occidente y la virtual victoria sobre los colonialistas españoles, arrebatada por la intervención yanqui de 1898.
Más allá de aquellos tiempos, el pensamiento y la obra martiana y el ejemplo de su caída en combate hace 121 años, han sido y serán para los cubanos, la principal inspiración para la lucha y para la victoria, como lo ha demostrado la historia. Ese es nuestro mayor homenaje.
Pero la guerra es así y allí, en la verde sabana próxima a la confluencia de los ríos Cauto y Contramaestre, quedaba tirado el cuerpo glorioso de aquel que desoyendo todos los consejos de que la guerra no era su lugar, había dicho: "Para mí la patria no será nunca triunfo, sino agonía y deber. Ya arde la sangre. Ahora hay que dar respeto y sentido humano y amable al sacrificio, hay que hacer viable e inexpugnable la guerra; si ella me manda, conforme a mi deseo único, quedarme, me quedo en ella; si me manda clavándome el alma, irme lejos de los que mueren como yo sabría morir, también tendré ese valor. Yo alzaré el mundo. Pero mi único deseo sería pegarme allí, al último tronco, al último peleador: morir callado. Para mi ya es hora".
Fue trágica esa hora. Su muerte fue tal vez demasiado temprana para la Revolución, pero al caer el 19 de mayo de 1895 en Dos Ríos, legaba a su pueblo todo el pensamiento y su obra, que conducirían la guerra por los caminos trazados por el Partido Revolucionario Cubano, sin cuya creación no habría sido posible el éxito de la invasión de Oriente a Occidente y la virtual victoria sobre los colonialistas españoles, arrebatada por la intervención yanqui de 1898.
Más allá de aquellos tiempos, el pensamiento y la obra martiana y el ejemplo de su caída en combate hace 121 años, han sido y serán para los cubanos, la principal inspiración para la lucha y para la victoria, como lo ha demostrado la historia. Ese es nuestro mayor homenaje.
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