Por Armando Fernández Martí
Santiago de Cuba, 28 ene.— 1953 era el año en que se cumplía el Centenario del natalicio de José Martí llamado el Apóstol de la Independencia de Cuba, aunque ese sueño del maestro nunca fue cumplido hasta 1959.
Santiago de Cuba, 28 ene.— 1953 era el año en que se cumplía el Centenario del natalicio de José Martí llamado el Apóstol de la Independencia de Cuba, aunque ese sueño del maestro nunca fue cumplido hasta 1959.
La propia muerte de Martí, el 19 de mayo
de 1895, fue el más duro golpe recibido por la Revolución que él había
continuado, abortada la de Céspedes, bajo la conducción de un Partido
único que tuvo como premisa la unidad de todos los cubanos.
Lo que tanto temiera Martí sucedió después de su muerte: que Estados Unidos con su poderío cayera sobre nuestra isla y se apoderara de ella económica y políticamente, aunque utilizara de pantalla una República mediatizada, sumisa y estrangulada por la Enmienda Platt impuesta a la Constitución.
Sobrevino entonces el desprecio del “Norte Revuelto y Brutal” sobre los cubanos y más que todo, el desprecio hacia la patria “Con todos y para el bien de todos” que había deseado Martí para su pueblo, y donde la Justicia Social y el Humanismo constituyeran la base de la existencia de a República.
Pudiera decirse que en esa República Neocolonial bajo la bota del poderoso vecino, la muerte de José Martí estaba decretada. El ejemplo de su vida, su pensamiento, su obra y acción, eran demasiado peligroso para mantenerlo vivo.
Durante el período pseudo-republicano apenas se hablaba de Martí y solo unas pocas acciones de quienes en verdad le amaban, lograron que sobreviviera a duras penas la figura del maestro, una patria donde se le daba más valor a la intervención norteamericana de 1898, que al legado patriótico de Martí, Céspedes, Agramonte, Maceo y todo el Ejército Libertador que durante más de 30 años luchó por la independencia.
Más que Patria aquello era una vergüenza, a pesar de que siempre hubo hombres que se inspiraron en el ideario martiano para reivindicar los sueños del héroe y lograr la libertad y la independencia a la cual Martí entregó casi su vida entera.
En 1953 “parecía que el apóstol iba a morir en el año de su centenario”. Pero su pueblo humilde y trabajador, su pueblo aguerrido, su pueblo valiente y fuerte, impediría que eso sucediera y en la mañana gloriosa del 26 de Julio, más que un centenar de jóvenes llegaron hasta el pie de su tumba para juramentar ser libres o mártires. José Martí comenzaba a renacer.
Lo que tanto temiera Martí sucedió después de su muerte: que Estados Unidos con su poderío cayera sobre nuestra isla y se apoderara de ella económica y políticamente, aunque utilizara de pantalla una República mediatizada, sumisa y estrangulada por la Enmienda Platt impuesta a la Constitución.
Sobrevino entonces el desprecio del “Norte Revuelto y Brutal” sobre los cubanos y más que todo, el desprecio hacia la patria “Con todos y para el bien de todos” que había deseado Martí para su pueblo, y donde la Justicia Social y el Humanismo constituyeran la base de la existencia de a República.
Pudiera decirse que en esa República Neocolonial bajo la bota del poderoso vecino, la muerte de José Martí estaba decretada. El ejemplo de su vida, su pensamiento, su obra y acción, eran demasiado peligroso para mantenerlo vivo.
Durante el período pseudo-republicano apenas se hablaba de Martí y solo unas pocas acciones de quienes en verdad le amaban, lograron que sobreviviera a duras penas la figura del maestro, una patria donde se le daba más valor a la intervención norteamericana de 1898, que al legado patriótico de Martí, Céspedes, Agramonte, Maceo y todo el Ejército Libertador que durante más de 30 años luchó por la independencia.
Más que Patria aquello era una vergüenza, a pesar de que siempre hubo hombres que se inspiraron en el ideario martiano para reivindicar los sueños del héroe y lograr la libertad y la independencia a la cual Martí entregó casi su vida entera.
En 1953 “parecía que el apóstol iba a morir en el año de su centenario”. Pero su pueblo humilde y trabajador, su pueblo aguerrido, su pueblo valiente y fuerte, impediría que eso sucediera y en la mañana gloriosa del 26 de Julio, más que un centenar de jóvenes llegaron hasta el pie de su tumba para juramentar ser libres o mártires. José Martí comenzaba a renacer.
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